EL PAíS

Discursos giratorios

 Por Mario Wainfeld

La primera piedra la arrojó el gobernador Daniel Scioli con su imprudente propuesta de bajar la edad para la imputabilidad de los menores. En esta semana otros protagonistas, abogados todos ellos, agregaron su cuota discursiva.

La presidenta Cristina Fernández de Kirchner ensalzó a la Policía, que (según ella) obra bien y detiene. Y cuestionó a la Justicia que “libera y libera”. Dio por sentado que las detenciones policiales son correctas y realizadas con apego a la ley. Es una observación discutible a la luz de la experiencia, amén de un viraje en el imaginario de un gobierno que desconfió siempre (con buenas razones) de las fuerzas de seguridad. Tanto es así que restringió sus facultades de reprimir aun a costa de parecer blando o de escalar un conflicto internacional con Uruguay. Néstor Kirchner ratificaría el discurso presidencial. Es quizá la primera vez que los Kirchner derrapan a un discurso penal filoderechista. No lo hicieron ni siquiera en el momento en que el ex presidente accedió a una nefasta reforma penal, presionado por el emergente Juan Carlos Blumberg.

A su turno, el presidente de la Corte Suprema, Ricardo Lorenzetti, criticó a los magistrados e hizo suyo un banal tópico de la vulgata de derecha, aquello de las “puertas giratorias”, por las que los delincuentes entrarían y saldrían de las comisarías. Antes, se denunciaba que entraban por una puerta y salían por otra. El progreso, parece, rectificó el proverbio. Es el único progreso que se nota en las palabras de Su Señoría. Los Kirchner y Lorenzetti no se pusieron de acuerdo para decir cosas similares pero la coincidencia no es casual, sintoniza un clima social y mediático. Kirchner habló en Florencio Varela, cuya población estaba conmovida por el asesinato de una mujer, en una salidera bancaria. A pocas cuadras del acto partidista que encabezaba el ex mandatario había otro, más numeroso, de protesta por ese crimen. Horas antes, muchos vecinos se congregaron en San Isidro en una movilización similar. Pasado mañana habrá otra en Lomas de Zamora, se supone que asistirán miles de personas. El duhaldismo (en el que fue su feudo) hará lo que esté a su alcance para poner mucha carne en el asador.

El presidente de la Corte pronunció su discurso en el simposio de IDEA, un ámbito acogedor para ideas conservadoras o reaccionarias. Diz que, tras mencionar el slogan de Radio 10, fue ovacionado.

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La criminalidad existe, los medios la vuelven a colocar en primera plana, “la gente” está en vilo. El conflicto con “el campo”, que la relegó, ya no atrae rating y el regreso de Maradona no basta para llenar las pantallas. Los medios electrónicos aborrecen el vacío y lo llenan con denuncias sobre la inseguridad. De nada vale preguntarse qué pasaba con el delito cotidiano cuando Alfredo De Angeli encarnaba un reality show de 24 horas por 24 horas. Lo cierto es que la cobertura “del principal problema de la sociedad” se redujo a niveles infinitesimales. Esa época, ay, ya fue. Ahora retorna la normalidad, el show del delito. La acumulación de hechos reales, horrendos, provocadores de empatía e identificación entre las víctimas y la audiencia aguza percepciones preexistentes y las hace ascender en la agenda pública.

Los jueces y los políticos saben que los reclamos y el malestar crecen y son estridentes. Bueno es que los registren, malo que sobreactúen y simplifiquen problemáticas densas y pluricausales.

Lejos está el cronista de desdeñar las preocupaciones de los ciudadanos o de creer que son puro artificio excitado desde cámaras o micrófonos. Pero también está precavido acerca de las recetas facilistas, siempre represivas y usualmente lombrosianas que proponen las policías y sus intelectuales orgánicos. Funcionarios y magistrados emiten lo que, se supone, la audiencia quiere oír. Scioli maneja ese registro pero, en estos temas, la audiencia es insaciable y los menores a los que se culpabiliza sujetos de derechos, vulnerables por añadidura. La suprema Carmen Argibay dio un ejemplo de templanza y responsabilidad institucional al descalificar el mamarracho pergeñado por el gobernador, sin palabras altisonantes.

La discusión da para mucho más, el cronista confiesa no tener la clave para dilucidar problemas que impactan en todas las sociedades, máxime en las muy desiguales como la nuestra. Y comparte que no es deseable dejar la temática de la seguridad en manos de la derecha. Pero sospecha que es aun menos deseable hablar con su verba y enarbolar sus banderas.

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