PSICOLOGíA › FAMILIAS ENLOQUECEDORAS

“No sé qué hacer...”

 Por M. R. G.

Es posible sistematizar una serie de características que se repiten y dan cuenta de lo que acontece con las familias gravemente perturbadas.

Coaliciones transgeneracionales: Sabemos que una alianza es la unión de dos sujetos con un interés común, mientras que la coalición implica la unión contra un tercero. En el caso de estas familias, el agravante consiste en que la coalición suele saltear una generación. Por ejemplo, la unión de una madre con su propia madre en contra del marido, o de una hija con su padre, en contra de la esposa-madre, y así muchas otras posibles combinaciones. Esto suele ser parte de secuencias donde se juegan situaciones más complejas. Ejemplo de esto es el caso de Juan, cuyo padre “siente placer” cuando su hijo ataca a su esposa, aunque esta situación se le vuelve en contra, ya que luego su mujer se enfurece con él.

Mal manejo del estrés familiar: Algunas veces, los síntomas psicóticos aparecen por vez primera frente a una situación estresante para algunos o todos los miembros de la familia. Así es como Julia comienza con síntomas a los cinco años, cuando su madre pierde un embarazo avanzado y regresa del sanatorio sin el hijo esperado. La madre, muy deprimida, se encierra en su dormitorio; la abuela paterna no deja pasar a Julia y, cuando pide ver a su madre, la castiga físicamente.

Endogamia. A Julia le costó mucho compartir en sesión la preocupación que tenía por su tío (hermano del padre), que estaba padeciendo una depresión severa. Su padre le había dicho que no lo hablara en la terapia, ya que eso, como otros temas, son “privativos de la familia”. Esto aparece como una paradoja, ya que se trata de una familia que tiene abierta la puerta del dormitorio conyugal con el canal Venus en la TV. Como se observa aquí, la demarcación entre lo privado y lo público es confusa, ya que se intenta preservar una supuesta “intimidad” que en realidad no existe.

Oscilación entre límites excesivos o inexistentes: Julia es incorporada e informada de situaciones familiares, económicas, hasta de situaciones de la sexualidad de la pareja parental (inexistencia de límites subsistémicos) al mismo tiempo que es expulsada de informaciones en las que ella podría y debería incluirse y opinar (límite subsistémico rígido). Ejemplo de ello es la programación de viajes familiares que no se le informan aunque esté incluida y de los que ella se entera a través de otros.

Modo comunicativo doble vincular: Algunas de estas familias se caracterizan por vivir en un estilo de comunicación doble vincular. Este modo de comunicación, descripto en los albores de la terapia familiar, se fue complejizando con la experiencia clínica y con nuevas investigaciones, ya que en las primeras descripciones se hacía hincapié en el vínculo madre-hijo, sin incluir a los otros miembros de la familia, especialmente al padre.

Los elementos principales de una situación de doble vínculo son: 1) dos o más personas, en las que una será denominada “la víctima”; 2) experiencia repetida: se supone que es un tema recurrente en la experiencia de la víctima; 3) una instrucción negativa primaria que puede tomar una de dos maneras: “No hagas eso porque te castigaré” o “Si no lo haces, te castigaré”; 4) una instrucción secundaria que contradice a la primera en un nivel más abstracto y, como la primera, está reforzada por castigos o señales que ponen en peligro la supervivencia; esta instrucción secundaria se comunica al niño, en principio, de modo no verbal; 5) una instrucción negativa terciaria que prohíbe a la víctima escapar del campo; 6) cuando la víctima ha aprendido a percibir su universo en patrones doble vinculares, cualquier parte de la secuencia puede desencadenar rabia o pánico.

Podríamos incluir ejemplos clínicos pero, siguiendo con el análisis de Bateson y colaboradores, elegimos un ejemplo paradigmático. Se trata de un esquizofrénico y su madre. El joven, que estaba internado y recuperándose bastante bien, recibió la visita de su madre. Se alegró de verla e impulsivamente la abrazó, ante lo cual ella se puso tensa. El joven, percibiendo esto, retiró los brazos y ella le preguntó: “¿Ya no me quieres?”. El paciente se sonrojó y la madre le dijo: “Querido, no debes avergonzarte con tanta facilidad ni temer tus propios sentimientos”. El paciente sólo pudo permanecer con ella por poco tiempo más, y luego de su partida atacó a un miembro del hospital y hubo que recurrir a la contención física.

La imposibilidad de salir de ese circuito cerrado en el que un nivel comunicacional (analógico: en el nivel del cuerpo) desmiente al otro (digital: en el nivel de la palabra) conduce a situaciones de violencia. La salida en este tipo de situaciones es metacomunicar. En este caso el paciente podría haber dicho: “Mamá, no es que me avergüenzo, lo que me pasa es que no sé qué hacer, ya que, cuando te abracé, vos te alejaste”. Cuando se da este tipo de respuesta, el sujeto no queda atrapado en un doble vínculo.

La pareja parental en casos graves: Habitualmente se dice que todo hijo sintomático tiene atrás una pareja de padres con problemas, mientras se agrega que no toda pareja con problemas tiene hijos sintomáticos. La diferencia fundamental es que los padres que tienen hijos sintomáticos suelen involucrarlos en sus problemas, por ejemplo coaligándose con el hijo en contra del otro progenitor. Así se generan juegos relacionales complejos donde el hijo con problemas tiende a quedar altamente involucrado en la pareja.

Otra característica de estos padres es que, a pesar de los problemas de la pareja conyugal, una vez que el hijo enferma se unen parentalmente para ayudarlo. Estas parejas conyugales suelen tener poco vínculo sexual, atribuyendo esta dificultad, especialmente las mujeres, al problema que tienen con el hijo: “No puedo tener sexo, estoy demasiado angustiada”.

Mara Selvini Palazzoli (Los juegos psicóticos en la familia, ed. Paidós, 1990), al recortar los pasos previos a la eclosión del fenómeno psicótico en un hijo, se refiere al “impasse” de la pareja y a lo que ella llama “error epistemológico” de ese hijo, quien vislumbra una víctima y un victimario y decide, a través de su comportamiento, enseñar a la supuesta víctima a reaccionar.

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