Durante años hubo que bancarse a un influencer gritar, en cuanto espacio le ofrecieran, que “en la historieta no hay minas”. Una pelotudez garrafal, pero que durante mucho tiempo tuvo cabida. Y no era que no hubieran mujeres dibujando, escribiendo y leyendo historietas. No era que Martha Barnes o que Maitena fueran excepciones irrepetibles. Era que quedaban invisibilizadas, reducidas en los paneles de los festivales a “la mujer como bicho raro”, o apenas publicadas por las editoriales del sector (un 2 por ciento, contra un 98 de sus pares varones). Pero ellas estaban (están) y hacían (hacen). Nomás no se las mostraba lo suficiente.

En 2017 la cosa cambió y ya nadie puede hacerse el boludo. Si bien todo sigue lejos de la paridad, este año hubo un récord en títulos publicados por mujeres. Algunos cosecharon el unánime apoyo de la crítica, como Poncho fue, de Sole Otero (foto), o Notas al pie, de Nacha Vollenweider. Otros libros ya empezaron ese camino, como el esperado El pozo, de Lauri Fernández, Guerra de soda, de la emergente Jazmín Varela, o Cría cuervos, que ratifica el crecimiento de Paula Andrade. Y eso sin visitar las bateas de humor gráfico, que también aportaron lo suyo.

Otro dato no menor es que también ganó presencia una historieta más militante, con perspectiva de género. Si afuera crece la homofobia y el machismo se envalentona, entonces no queda más que celebrar una nueva edición de la notable y pionera revista Clítoris (en acción desde 2011 y ahora en formato libro) o la aparición el flamante colectivo digital Secuencia Disidente.

Las exposiciones también ratificaron el momento destacado de las mujeres. Fundación PROA comenzó el año con la muestra colectiva de Chicks on Comics, que además invitó a medio centenar de colegas. Y si se le pregunta a cualquier habitué del circuito under cuál fue el mejor festival comiquero del año, muchos señalan el Vamos las Pibas, que tuvo su primera edición este 2017 y del cual, se rumorea, en 2018 habrá dos. Ese festival puso de manifiesto la energía, el empuje y la vitalidad de la historieta hecha por chicas. Una historieta que no se preocupa por los espacios de validación tradicionales y que se caga en los pontificadores de autores “de la A” y “de la B”. Una historieta que, por fin, está ahí para ser leída.