ECONOMíA › EL IMPACTO DE LA ASIGNACION UNIVERSAL POR HIJO EN ZONAS CARENCIADAS DEL CONURBANO

“Inseguridad es no tener para comer”

¿Qué cambió en la vida de familias desocupadas, con tres hijos, que viven de “changas”? Una recorrida de Página/12 por San Fernando, donde el beneficio redujo a la mitad la indigencia.

 Por David Cufré

Saber que la segunda semana de cada mes tendrá 576 pesos en su cuenta es un desahogo para Betiana. “Es plata segura”, define, contra lo otro, que son los ingresos de su marido, remisero, que a veces están y a veces no. Ella es una de las beneficiarias de la asignación por hijo. La certeza de la fecha de cobro es lo primero que menciona cuando se le pregunta qué cambió en su vida cotidiana a partir de la incorporación al plan. Con sólo 25 años, Betiana es madre de cuatro hijos, de 6, 3 y 2 años y un bebé de 7 meses. En la recorrida de Página/12 por tres barrios de San Fernando, la misma respuesta aparecerá en distintas mujeres, quienes marcan el contraste entre lo aleatorio de los recursos familiares, que generalmente dependen de changas, y la confiabilidad del aporte estatal.

La asignación por hijo es una realidad para 3.518.000 chicos de todo el país. El último mes se incorporaron al beneficio 134.000 niños y adolescentes. En San Fernando, partido de la zona norte del conurbano, el subsidio logró reducir a la mitad el número de indigentes, mientras que la pobreza cayó en más de un tercio. Allí vive Betiana, en un departamento que heredó de su padre policía en el complejo habitacional Mil Viviendas. Lo segundo que rescata del programa es que en diciembre, cuando empezó a cobrar, pudo comer un asado después de un año. “Fuimos a pasar el día a un camping de Luján”, recuerda con una sonrisa, y dice que ésas fueron sus vacaciones, después de cinco años sin ir a ningún lado.

Es el mediodía del jueves y trae a su hija mayor del colegio. Junto a ella viene Daniela. También es una madre joven, de 25 años, con tres nenas bulliciosas de 7, 5 y 2 años. No hace falta buscar demasiado para recoger testimonios en el barrio. La gran mayoría son mujeres que recién van dejando atrás la adolescencia, rodeadas de chicos o embarazadas. Se sabe que la creación de la asignación por hijo impulsó a miles de niños a volver al colegio, y en San Fernando esto es palpable, pero el hecho de disponer de estos recursos también hace ilusionar a esas madres con retomar sus estudios. Daniela dice con entusiasmo que le gustaría convertirse en maestra jardinera, mientras Nadia, de 24, afirma que pensó en completar la secundaria.

En San Fernando reciben la asignación por hijo 13.786 chicos, que forman parte de 3477 grupos familiares. De acuerdo con datos del municipio, los 2,5 millones de pesos que remite la Anses todos los meses permitieron bajar a la mitad la indigencia en el distrito, mientras que la pobreza se redujo en más de un tercio. Nelly, de 50 años, dice que es “una ayuda grande”. Su barrio es Villa Jardín y su casa queda a cinco cuadras de La Horqueta. Hasta no hace mucho era una prefabricada. Ahora tiene un living, cocina y comedor de tres metros por cuatro, donde se concentra la vida familiar. Sobre la mesa están leudando dos bollos de masa. La televisión está prendida en Canal 13.

Como muchas otras mujeres del barrio, Nelly trabaja de empleada doméstica. Gana 1300 pesos por mes, ingresos que complementa con la venta de pastafrolas y prepizzas, que prepara en su casa, por los que obtiene entre 250 y 300 pesos más. La asignación por hijo significan para ella 576 pesos, ya que es madre de cuatro hijos menores de 18 años –y tiene otra de 24–. Es decir que el aporte del Estado elevó su disponibilidad de dinero en un 35 por ciento. “Hace la diferencia”, destaca. “La plata me viene muy bien para pagar las cuentas del gas y la luz”, comenta.

Esa es otra de las respuestas recurrentes de las entrevistadas. “A mí el año pasado me cortaron el gas y ahora estoy pudiendo pagar un plan para ponerme al día”, relata Betiana. “Lo que yo quisiera es cobrar la asignación familiar antes de que venzan las boletas. Estoy cansada de pagar con recargo”, se suma Mariela, de 35 años.

Todas las personas entrevistadas dijeron, con más o menos sorpresa, que su inscripción al régimen fue sencilla. Carina, Gimena, Natalia, Verónica, Nelly, Betiana, Mariela, Débora y Florencia no tuvieron que hacer ningún trámite, ya que venían cobrando el Plan Familias del Ministerio de Desarrollo Social. Utilizan la misma tarjeta de débito que ya tenían. “Cuando escuché en la tele que iban a dar esta plata me ‘reemocioné’. A mí 288 pesos me ayudan bastante. Les pude comprar útiles a las nenas. Pero al principio tenía dudas de si me iba a tocar. Mandé un mensaje de texto como decían, con mis datos, y me respondieron al toque. Funcionó, no lo podía creer”, rememora Daniela mientras una de sus tres hijas –una de ellas de su segundo matrimonio, que no accede al beneficio porque su esposo trabaja en blanco– la reclama para ir a almorzar.

Daniela, flaca, simpática, con pecas, también está satisfecha porque la Anses la ayudó a superar una situación difícil: los primeros dos meses de la asignación por hijo el beneficio lo cobró su ex marido, de quien está separada pero no divorciada legalmente. “Se quedaba con la plata y hace años que no me pasa ni un peso. Por suerte me lo solucionaron”, agradece. Lo mismo ocurre con Nelly, quien asegura que tuvo una respuesta rápida del organismo de la seguridad social cuando llamó al número 130 para preguntar si puede seguir cobrando el subsidio por su hija de 17 años, que dejó de ir al colegio porque hace tres meses que está embarazada. “Todavía no me contestaron, pero se están ocupando”, indicó.

Los testimonios coinciden en que empezaron a llegar como corresponde a sus domicilios las libretas de la Anses en donde deberán certificar que mandan a sus hijos al colegio y cumplen con el plan de vacunación. Otra respuesta coincidente que escuchó este diario en distintos testimonios es la preocupación o el enojo –depende el caso– por la inflación, y la elección del supermercado Carrefour de San Fernando para realizar la mayor parte de las compras con la tarjeta de la asignación por hijo. Natalia, de 29 años, viuda, con cinco hijos, ayudante de cocina en una parrilla, reconoce que el subsidio “es muy importante” para su economía, pero advierte que día a día el poder de compra se va achicando por el incremento de precios. Luego comenta que va a aquella gran cadena de supermercados porque le hacen descuentos con la tarjeta. Su testimonio resume muchos otros, mientras que un testeo por pequeños comercios de los tres barrios recorridos refleja alguna mejora en las ventas por la asignación, pero moderada.

Villa Jardín es el barrio que el intendente de San Isidro, Gustavo Posse, quiso dejar atrás de un muro el año pasado. La iniciativa no prosperó por la reacción de los vecinos y el repudio político generalizado. En la avenida que divide San Fernando de San Isidro todavía están marcados los círculos de las vigas que habían empezado a instalarse para sostener el paredón. “Nos decían que éramos todos villeros. Nos querían tapar”, recuerda Débora con amargura. El barrio experimentó una transformación profunda desde entonces. El gobierno nacional financió las obras para construir viviendas, asfaltar todas las calles, llevar cloacas y construir desagües pluviales. La Municipalidad, a su vez, acaba de inaugurar un centro integral de atención para la salud y una guardería.

Débora lo valora, pero lo que más la emociona del último tiempo es que cuando empezó a cobrar la asignación les pudo comprar juguetes a sus hijos. Al varón, de 4 años, le regaló una pelota, y a la nena, de 3, otra pelota de colores. “No quería muñeca, quería una pelota”, justifica. Ella tiene 23 años y lo que todavía no logró es comprar ropa, ni para ella ni para sus hijos. “Usamos lo que nos dan”, explica. Su pareja “está privado de su libertad” y vive con sus abuelos en una pequeña casa. “En Virreyes –otro barrio de San Fernando– siempre pasamos por la puerta de una juguetería camino al jardín del nene. Pero nunca habíamos podido comprar nada”, relata.

–¿Alguna vez habían entrado?

–Sí, a mirar... (sonríe). Pero en marzo fue la primera vez que les pude comprar algo. Con mi plata, no con lo que me pueda dar mi abuelo.

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“Es plata segura, no de changas”, dicen madres desahogadas, que recuperaron la confianza.
Imagen: Rafael Yohai
 
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