ECONOMíA › OPINION

Efecto fado

 Por Alfredo Zaiat

–¿Y cuál es la pseudociencia más peligrosa?

–La teoría económica estándar, ortodoxa, porque sustenta las políticas económicas de los gobiernos conservadores y reaccionarios, que son enemigos del bienestar de la gente común.

(Entrevista a Mario Bunge, diario español
El Mundo, 11 de marzo 2011)

La debacle argentina de 2001 es un espejo que resisten los países europeos en crisis. Una sintética cronología de un año del descalabro de Portugal, el mismo que padece Grecia e Irlanda y el que amenaza a España, reúne todos los componentes conocidos. Empieza con un plan de austeridad incluyendo reducción del gasto social, aumento de impuestos a las rentas más altas, congelación del salario de los funcionarios y privatización de bienes públicos. Luego las agencias Standard & Poor’s y Moody’s rebajan sucesivamente la calificación a la deuda lusa con el argumento de “la debilidad estructural” de su economía, fruto del deterioro de sus finanzas públicas y sus escasas perspectivas de crecimiento. Continúa con una nueva ronda de ajuste, esta vez con un alza de la alícuota del IVA y del impuesto sobre las rentas de las personas físicas. Desde entonces la tasa de interés que demanda el mercado para la refinanciación de la deuda no detiene su ascenso, hasta alcanzar esta última semana su máximo de 10 por ciento anual con bonos a diez años, el rendimiento más alto desde que se creó la Eurozona, en 1999. A lo largo de esos meses, el gobierno niega una y otra vez que acudirá a un paquete de rescate de la Unión Europea y del Fondo Monetario Internacional, al tiempo que comienzan las protestas sociales y las huelgas convocadas por las centrales sindicales. El gobierno insiste con la política de austeridad y lanza otro paquete de ajuste. Este contiene un aumento del IVA del 21 al 23 por ciento, una rebaja del 3,5 al 10,0 por ciento del salario de los funcionarios, la congelación de pensiones y recortes de gasto e inversión estatal. Sin mejorar nada la situación, el 11 de marzo pasado reincide presentando por sorpresa el cuarto Programa de Estabilidad y Crecimiento, que incluyó recortes a las pensiones más altas, al presupuesto en salud y la limitación de los beneficios fiscales. En lugar de ganar el favor de los financistas, el resultado fue que dos de las tres agencias de calificación de riesgos rebajaron la nota de solvencia de la deuda para situarla cerca de la categoría “bono basura”, y Standard & Poor’s castigó devaluando la nota a las cinco grandes entidades financieras del país. La UE estima que un eventual rescate de Portugal implicaría unos 75 mil millones de euros del fondo de ayuda europeo. Finalmente, dimite el gobierno socialista de José Sócrates y el presidente conservador Aníbal Cavaco Silva disolvió el Parlamento y convocó a elecciones anticipadas para el 5 de junio, dos años y medio antes que lo previsto. La crisis colocó al borde del abismo económico al país, sometido a las presiones de los mercados y de sus socios europeos.

Cuando estalló la crisis en las potencias mundiales en 2008, con epicentro en Estados Unidos extendido a Europa, la primera reacción fue rescatar al sistema financiero e impulsar la demanda con incentivos fiscales. Se hablaba del regreso del keynesianismo en las políticas públicas. Con inyecciones al mercado de millonarios fondos se salvó a los bancos. Luego de preservar el negocio financiero con tibios intentos de regulación del sistema, se empezó a recomponer la corriente ortodoxa que exigió y logró imponer la necesidad de la austeridad en las cuentas fiscales. Así los planes de ajuste iniciaron su recorrido por los países europeos alcanzando a los Estados Unidos, con el Partido Republicano impulsando al gobierno de Barack Obama a seguir ese sendero. El resultado fue la profundización de la crisis en las economías más vulnerables, con tasas de desempleo que se mantienen en niveles elevados por un tiempo prolongado. Por caso, en Portugal supera el 10 por ciento de la población en condiciones de trabajar.

Esa doctrina de los fanáticos del ajuste tiene la particularidad que está fracasando estrepitosamente pero sigue siendo la dominante en el discurso y en las políticas de los gobiernos europeos. La literatura económica ya lo explicó y la experiencia lo demostró que es un error reducir muy fuerte el gasto público cuando se registra una desocupación importante. Se sabe que el alza de impuestos, junto a la reducción del gasto público, deprime más a la economía, profundizando la crisis y la pérdida de puestos de trabajo. La experiencia muestra que en una economía en recesión la austeridad es contraproducente también desde el frente fiscal. El supuesto ahorro quedará anulado en parte por la caída de los ingresos debido al retroceso de la economía. Otra vez el ejemplo portugués: el déficit de 2009 fue corregido de 9,3 a 10,0 por ciento del PIB, mientras que el ministro de Finanzas portugués reconoció que el desequilibrio fiscal de 2010 alcanzó el 8,6 por ciento, en vez del 7,3 anunciado a principios de año.

Pese a los costos sociales que se agudizan a medida que se extiende la crisis, los abanderados de la austeridad argumentan que los recortes del gasto se traducirán en beneficio para la sociedad por el supuesto aumento de la confianza de los inversores, que revertiría así los impactos negativos en el crecimiento y el empleo. Nada de eso sucede. En realidad, los ajustes fiscales sirven para dar tiempo a los inversores financieros que quieren fugar sus capitales de economías en crisis y también a los bancos para obtener salvatajes estatales para cubrir los agujeros negros de su frenesí especulativo con préstamos inmobiliarios y bonos de deuda de países.

Cuando la política económica está bajo dominio de la ortodoxia, base de operaciones de las finanzas, la recuperación de una crisis es una falsa ilusión. Paul Krugman lo advierte en relación a la economía de Estados Unidos, en un artículo reproducido la última semana por El País de Madrid, cuando señala que “dedicarse ahora al empleo y luego a los déficit era y es la estrategia acertada. Desgraciadamente, es una estrategia que se ha abandonado por culpa de unos riesgos imaginarios y unas esperanzas ilusorias”. Apunta que “por un lado, no paran de decirnos que si no reducimos drástica e inmediatamente el gasto, terminaremos como Grecia, incapaz de adquirir préstamos como no sea a unos tipos de interés desorbitados. Por otro, nos dicen que no nos preocupemos por el impacto de los recortes del gasto sobre el empleo porque la austeridad fiscal creará de hecho puestos de trabajo al aumentar la confianza”.

El círculo vicioso está lanzado con políticas de austeridad que agudizan la fragilidad fiscal, derivando en una crisis de la deuda soberana que se extiende a los bancos. Ante esa vulnerabilidad, las entidades financieras son castigadas por las agencias de riesgo, lo que las encamina a acudir al Banco Central Europeo debido a que se le cierran las puertas en el mercado voluntario de crédito. Por ese camino varios países europeos se acercan al borde del abismo, situación que se puede monitorear con la tasa de interés que deben convalidar para refinanciar deuda, teniendo como referencia que para el estándar de ese mercado superar el listón del 7 por ciento anual se traduce en que el mercado está descontando la posibilidad de un default o de un paquete de rescate millonario que sirva para cancelar pasivos. El caso de Portugal también sirve de referencia: la deuda pública creció en forma sostenida hasta alcanzar el equivalente a casi todo su Producto Interno Bruto.

La experiencia argentina de la convertibilidad, que duró 10 años y medio y que anteayer se cumplieron 20 años desde su implementación, de los cuatro años de recesión y ajuste antes de su estallido, y del predominio de las finanzas sobre la producción y el empleo son antecedentes cercanos que los europeos desestiman asomados a la cornisa. Las políticas de austeridad de esos gobiernos podrán seguir avanzando hasta encontrar el nivel de saturación de la población a los planes de ajuste. En Portugal, el fado es la música del alma que canta las desdichas y las alegrías con sentimiento estremecedor. Con lo que hoy están padeciendo, Misía, la destacada cantante lusitana, encontrará un fado de su repertorio para expresar el castigo que están sufriendo los portugueses.

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Imagen: EFE
 

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