EL PAíS › SEUDODIAGNóSTICOS Y NORMAS DE “LA REALIDAD”

La crítica política

 Por Nicolás Lantos

Más allá de su dudosa veracidad, las “denuncias médicas” realizadas por Nelson Castro volvieron a poner en discusión una serie de debates: ¿Qué se busca a través de estas supuestas noticias? ¿Es válido recurrir a ellas? ¿Es ético? ¿En qué tipo autoridad se apoyan? ¿Es la salud de los funcionarios asunto público o se restringe al ámbito privado? Desde el análisis político se coincide en que estas maniobras encierran un objetivo ajeno a la mera observación médica, a su vez es puesta en duda por la poca confianza en fuentes anónimas del entorno presidencial citadas por el editorialista con título. “¿A qué apunta Nelson Castro? A producir un discurso de disciplinamiento político a través de un disciplinamiento psiquiátrico”, observa el analista político Martín Rodríguez, responsable del blog Revolución Tinta Limón (revolucion-tinta-limon.blogspot.com). A través de este mecanismo, Castro impugna las acciones del Gobierno deslizando la hipótesis de que “las políticas impulsadas por la Presidenta responden a una psiquis alterada”, y por tanto pueden (y hasta deben) ser revisadas, señala. “Frente al desafío kirchnerista de producir un ‘país normal’ o un ‘país en serio’ (o sea, más justo) con políticos dramáticos, Nelson Castro milita la ‘normalización’ del político a través de la divulgación de su ‘saber médico’ –agrega Rodríguez–. Más que país normal, que en la interpretación kirchnerista implicaría alteraciones de una estructura desigual, prefiere políticos normales.”

Para la politóloga Micaela Libson hay un punto que está fuera de discusión que es que “para nada la salud de un presidente es algo de índole privada”, sino que “es, de hecho, siempre una cuestión de Estado”. El interrogante que le sigue en este punto es por qué se eligió a Nelson Castro como portavoz de este debate. “¿Por qué no a Ernesto Tenembaum, que es psicólogo? Supongo que porque nadie sabe que Tenembaum es psicólogo.” Es decir que no se acude a Castro por su “saber” como médico, sino porque la audiencia lo reconoce como porque ya hizo uso de esa condición en otras ocasiones, tanto en sus columnas como en publicaciones.

En ese sentido, el semiólogo Roberto Marafiotti acota que “para un público vasto, aun el ser médico es un rasgo de autoridad, de manera que si el doctor dice que la Presidenta está enferma, habrá que prestarle atención”. Este discurso, “si coincide con los intereses de los medios, será incorporado para la receta donde se cocina el sentido social” más allá de sus “componentes absolutamente emocionales e irracionales.”

Rodríguez advierte que “Nelson Castro usufructúa la autoridad ética con su discurso lleno de deberes: primero, como periodista, el deber de informar; segundo, como médico, el deber de advertir riesgos”. Así, el editorialista “habla como si tuviera la obligación de hacerlo aunque faltara a su doble condición de periodista y médico”. Aunque “es obvio que no tiene fuentes en el círculo médico de la Presidenta, el hermetismo natural de ese círculo permite que se invoquen esas supuestas fuentes.” Pero, agrega Marafiotti, “este periodista además escribió un libro acerca de los enfermos de poder”. Esa decisión es un sesgo ideológico: “Podría haber relevado otras condiciones pero prefirió aquellas de las que él pudiera sacar un beneficio adicional: el poder enferma, sería la conclusión –analiza–. Se podrían proponer otras hipótesis: el dinero enferma; la mentira enferma; la pobreza enferma. Pero para la construcción de un imaginario de incertidumbre, la idea de locura, de desmesura, de bipolaridad son ingredientes atractivos”.

Otra politóloga, María Esperanza Casullo, suma una nueva arista: “Con el uso político de enfermedades psíquicas hay una cuestión de género. En los Estados Unidos se habló muchísimo de la bipolaridad de Hillary Clinton, pero de Bush nadie decía que era un alcóholico recuperado”, indica.

Marafiotti acota que “para Castro, CFK es Lady Macbeth, no Antígona. La duda, la locura, la incertidumbre pertenecen al universo femenino y si se les añade el poder, la catástrofe está a un paso. Sin embargo, nunca se escuchó a este periodista diagnosticar ningún exceso a otra política mujer que auguraba terremotos, cataclismos y tsunamis”.

Un último punto a observar es por qué resurgió ahora este discurso. Según Libson, porque hay “dos posiciones antagónicas que no logran canalizar el diálogo dentro del juego político”, por lo que “la única salida siempre es externa”. Así, “frente a una acusación de golpismo, recurren a una carta aún mayor: mostrarla loca o soberbia o megalómana, y con un aval médico”.

El también politólogo Nicolás Tereschuk aporta que “el ataque político vinculado a la salud es viejo” y trae a colación una película de Woody Allen: “El es el padre de una familia de demócratas y el hijo sale ultra republicano. Un día sufre un ataque y lo tienen que internar. El médico dice que tuvieron que destaparle una arteria. Una vez destapada la arteria, el pibe se vuelve demócrata”.

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