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 Por Eduardo Videla

¿Qué tienen en común una cooperativa liderada por militantes de izquierda y un cardenal que cuestiona sistemáticamente la educación sexual en las escuelas? En apariencia, son como el agua y el aceite pero aparecieron juntos en una celebración religiosa contra la esclavitud y la trata de personas. El contexto: una parroquia dedicada a los inmigrantes, colmada de costureros bolivianos indocumentados, curas villeros, mujeres rescatadas de la explotación sexual y la trata, y cartoneros. Un mundo que habita los márgenes de la sociedad.

Los curas villeros y las organizaciones sociales, como la Cooperativa La Alameda, vienen ocupando desde hace tiempo el lugar que el Estado ha dejado vacante: cuando el incendio de un taller clandestino puso en las primeras planas el drama del trabajo esclavo, el tema ya había transitado las páginas de este diario, producto de investigaciones e “inspecciones” que no habían hecho ni la policía ni los ministerios de Trabajo sino aquellos militantes y la prensa. Desde hace años, las monjas oblatas vienen trabajando en la asistencia de mujeres víctimas de la explotación sexual y les ha tocado sufrir el embate de las mafias de la trata. Mientras, el negocio es tolerado por las autoridades y funciona sin objeciones a metros de comisarías y juzgados. En las villas, los curas fueron los primeros en levantar la voz contra el intento de plebiscitar la erradicación de los asentamientos, propuesto por el Estado porteño.

Hace unos meses, el editorial de un diario de circulación masiva se escandalizó por el “allanamiento” que un grupo de militantes hizo en una whiskería donde se ejerce la prostitución, no precisamente por cuenta propia. Pero esos lugares siguen trabajando e incluso publican avisos en los diarios, donde no sólo ofrecen el servicio sexual sino que también, en el rubro “ocupaciones varias”, publican generosas oportunidades para “señoritas sin experiencia” que pueden ganar un “50 por ciento” en pocas horas. ¿Quién se queda con el otro 50 por ciento?

Esa realidad es ajena al Estado, al menos hasta ahora. Habrá que ver los resultados de la flamante ley de Trata o de la Brigada de la Policía Federal contra la Explotación Sexual.

Esos espacios vacíos, entonces, dan lugar a alianzas que parecen extravagantes, como la del cardenal Bergoglio y los militantes de La Alameda. Habrá que ver también si no se trata sólo de un matrimonio de conveniencia.

La Iglesia –su conducción– se muestra preocupada por la situación de los más desfavorecidos: es allí donde pierde más cantidad de fieles a manos de los evangelistas y del paco. Debería preocuparse también por las chicas que mueren por abortos mal hechos, por no haber tenido educación sexual, o enfermos por no haberse cuidado con un preservativo. Allí también la peor parte la llevan los más pobres.

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