EL PAíS › OPINIóN

La paradoja del jiu-jitsu

 Por Daniel Filmus *

En su libro Raúl Scalabrini Ortiz y la lucha contra la dominación inglesa, Norberto Galasso relata una anécdota que le ocurrió al integrante de Forja sobre inicios de la década de los ’50. A pesar de que la situación a la que hace referencia Galasso sucedió hace casi medio siglo, es posible proponer que algunas de las características del actual proceso que vive nuestro país ameritan su recuerdo. En una esquina de Buenos Aires se encuentra casualmente Scalabrini con un amigo empresario que allá por la década infame había visto fracasar su fábrica por la competencia de Bunge y Born. Al amigo parecía haberle cambiado la suerte “casi no lo reconozco, vestía ropas de óptima calidad... se me ocurrió que desde lo alto de su evidente opulencia avizoraba con cierto ligerísimo menosprecio la constancia invariable de mi modestia”. Rápidamente el personaje en cuestión pasó a relatarle cómo a partir de los préstamos públicos que había obtenido, de la nueva situación económica y del mayor consumo, pero principalmente de su iniciativa personal y de su espíritu de empresa, había logrado un éxito formidable en la expansión de su emprendimiento. Sin embargo, en unos instantes la mirada positiva de la realidad dejó lugar a una perspectiva pesimista a partir de una dura crítica al gobierno y a sus políticas demagógicas para con los obreros. Particularmente criticó el artículo 40 de la nueva Constitución, al que consideró directamente un absurdo por el papel que le garantizaba al Estado en la conducción de la economía en función de alcanzar la justicia social.

En este punto Scalabrini, que había escuchado en absoluto silencio, consideró necesario intervenir. En primer lugar le dijo que “el día que caiga el artículo 40 junto con él caerá su fábrica o comenzarán a formarse las condiciones para que caiga. El día que terminen los privilegios que con toda justicia aseguran las leyes a sus obreros, terminarán también todos sus créditos y su opulencia, que están sostenidos por el mismo principio de unidad y a poco volverá usted a ser el humilde ‘rasca’ que fue siempre, a pesar de sus grandes condiciones personales ¿No ha comprendido todavía que su esfuerzo aislado vale menos que nada, frente a los poderes extranjeros que su actividad perjudica sin quererlo? El día que muera el artículo 40 caerá el IAPI (Instituto Argentino para la Promoción del Intercambio). Ese día Bunge y Born resucitará con toda su potencia y junto con él todo el conglomerado de intereses concentrados en la voluntad de mantener a nuestro país en el estado larval de factoría agropecuaria”.

Ante la mirada absorta de su amigo, Scalabrini arremetió entonces con textos de Mariano Moreno en los que destaca el papel que le corresponde al Estado: obtener los recursos que le permitan favorecer el desarrollo de la industria, la agricultura, las artes y el ingenio para favorecer a todos quienes viven en este territorio sin necesidad de “buscar exteriormente nada de lo que se necesite para la conservación de sus habitantes”. Pero el empresario ya no quiso escuchar más y se dispuso a continuar su marcha. Scalabrini lo vio partir con cierta pena reflexionando que al distanciarse de lo que le estaba leyendo su amigo avanzaba hacia su propia perdición, como los navegantes que van hacia el canto de las sirenas.

En este diálogo, Scalabrini hace referencia a la técnica del jiu-jitsu. Se trata de un método de lucha japonés merced al cual el luchador vence a su adversario aprovechando la fuerza de éste. Realizando una pequeña palanca, desviando su potencia, o quitando el punto de apoyo, por ejemplo, vuelve el impulso contra quien lo efectuó.

Sin lugar a dudas, la historia mostró que Scalabrini tenía razón. La fuerza que su amigo empresario aplicó contra el papel activo del Estado, el mejoramiento de las condiciones de vida y los derechos que obtuvieron los trabajadores a partir del gobierno popular, se le volvió en contra. Terminó favoreciendo las condiciones que impidieron el fortalecimiento y expansión de las industrias nacionales. No sabemos si habrá sido víctima del invierno de Alsogaray en los ’60, de la apertura de los mercados de Martínez de Hoz de los ’70 o del más crudo neoliberalismo de las políticas de Cavallo en los ’90 y en los primeros años de este siglo, pero me animo a afirmar que su industria probablemente haya corrido la misma suerte negativa que la mayoría de las empresas nacionales y que las condiciones de vida de los trabajadores argentinos a partir de la creciente regresividad en la distribución del ingreso que vivió nuestro país a partir del golpe de Estado de 1955.

¿Por qué recordar esta vieja historia en estos agitados días? Porque corremos el riesgo de repetirla. En el contexto del actual conflicto agropecuario, hemos visto que no pocos sectores medios del campo y la ciudad han salido a plantear sus diferencias con el modelo implementado a partir del 2003 y, en algunos casos, a discutir la propia legitimidad del gobierno electo en diciembre del año pasado. Sin embargo, hace no más de 5 años muchos de ellos transitaban por una crisis que, como la del país, parecía terminal. La megadesocupación producto de las políticas neoliberales, la falta total de perspectiva de los productores agropecuarios y de las economías regionales, el corralito bancario, la recesión económica y la inestabilidad institucional fueron algunos de los procesos que les impedía imaginar un futuro de bienestar dentro de nuestras fronteras. El gobierno que asumió con el 22 por ciento de los votos en mayo de 2003 les permitió recuperar la perspectiva del crecimiento, el progreso, la justicia social y la movilidad social ascendente.

No cabe duda de que muchos de quienes hoy salen a protestar y a pesar de todo lo que queda aún por hacer, han sido algunos de los más beneficiados por las políticas que promovieron el crecimiento económico interno y la capacidad de generar trabajo a partir del impulso a la distribución del ingreso, al mercado interno y las exportaciones. También han visto recuperar una Corte Suprema de Justicia independiente, el fin de la impunidad a la violación de los derechos humanos, disminuir drásticamente la pobreza y crecer la inversión en áreas sustantivas como educación y salud.

Queda claro que haber sido beneficiarios de las políticas gubernamentales no impide de ninguna manera realizar críticas y proponer nuevas estrategias para solucionar las cosas que no funcionan bien y merecen ser mejoradas. Sin embargo, entre quienes salieron a exteriorizar su desacuerdo, se hicieron escuchar más fuerte las voces de los que se oponen al actual gobierno y quieren verlo derrotado por cualquier medio, que las voces que proponen un debate serio y de fondo sobre políticas agropecuarias y distributivas alternativas que nos permitan delinear una Argentina para todos.

Desde que ocurrió la anécdota de Scalabrini que Galasso recuerda en su libro, “la paradoja del jiu-jitsu” se ha repetido en distintas ocasiones en nuestro país. No fueron pocas las veces en que la fuerza de algunos sectores medios contribuye a echar abajo proyectos democráticos, nacionales y populares. Sin embargo, como en el caso de Sanson, esta fuerza nunca alcanzó para evitar que el “palacio” caiga sobre sus cabezas y acabe también con sus propios intereses y proyectos sectoriales. Los beneficiarios reales de estas crisis han sido siempre los mismos y las víctimas también. Entre estas últimas siempre encontramos a los sectores medios, que por su propia esencia sufren junto con el resto del pueblo los procesos de concentración de la riqueza. Como dolorosamente sabemos, la magnitud del derrumbe y la dificultad para la reconstrucción del país luego de cada uno de estos episodios, han sido cada vez mayores. Evitar que vuelva a ocurrir es la tarea del momento.

* Senador por la ciudad de Buenos Aires, Frente para la Victoria.

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Imagen: Sandra Cartasso
 
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