DEBATES › OPINION

El crimen impune de Barbados

 Por Gustavo Veiga

Hace 35 años, un avión de Cubana explotaba frente a las playas de Barbados. Llevaba 73 personas a bordo de las cuales 24 eran deportistas. En la búsqueda posterior de indicios para esclarecer el episodio, se logró rescatar un casete con el diario grabado de un integrante del equipo juvenil de esgrima cubano.

“Me trajeron un casete que encontró un pescador. Lo lavamos con agua dulce y lo pusimos a secar. Al reproducirlo se oía perfectamente. Era el diario de un esgrimista. Contaba las victorias diarias del equipo en el Centroamericano de Venezuela, hablaba de la opulencia, el contraste con la pobreza de los cerros y del miedo que le tenía a los aviones. Su última grabación fue en Trinidad, donde decía: `Ya estamos llegando a Cuba, qué suerte, me quedan unas horitas para llegar’. Escuchar eso fue muy duro, porque nunca llegó.” Mario Martínez Alvarez, integrante de la comisión técnica que investigó el atentado, contó esa anécdota hace cinco años en el diario cubano Granma.

Dos bombas colocadas en el DC8, una en el equipaje de mano de una pasajera guyanesa y otra en el baño ubicado en la parte trasera, lo hicieron estallar cuando apenas había salido del aeropuerto de Seawell. Los autores de la voladura, con la malla de protección que les dio la CIA, quisieron transformar el atentado en un accidente. Luis Posada Carriles, un criminal cubano que protege el gobierno de Estados Unidos, confesó la autoría intelectual del ataque.

El avión cayó despedazado muy cerca de una playa llamada curiosamente Paraíso aquel 6 de octubre de 1976. Dos de aquellos jóvenes esgrimistas tienen un museo en Las Tunas que los recuerda: el Memorial Mártires de Barbados. Eran Leonardo Mackenzie Grant, de 22 años, y Carlos Leyva González, de 19. Allí se exhiben las medallas Soles sin Manchas que Fidel Castro les entregó a los familiares de las víctimas cuando se cumplieron 25 años del atentado. “Sus medallas de oro no yacerán en el fondo del océano, se levantan ya como soles sin manchas y como símbolos en el firmamento de Cuba”, dijo Fidel en 2006.

Esas medallas reemplazan a las olímpicas que pudieron haber ganado los esgrimistas en los Juegos que tenían por delante (Moscú 1980). Son el símbolo de una tragedia olvidada por casi toda la prensa internacional. Un símbolo de la flaca memoria que sólo engorda cuando las bombas las ponen los enemigos de Estados Unidos y la civilización occidental.

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