EL PAíS › PANORAMA POLITICO

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 Por J. M. Pasquini Durán

Los efectos culturales del tránsito de la dictadura a la democracia son un proceso múltiple que está lejos de terminar, ya que se trata de terminar, entre otros efectos nocivos, con el cinismo y la hipocresía. Cuando a fines de 2001 el movimiento cívico de las cacerolas pidió a los gritos que se fueran los políticos, mostraba el hartazgo popular con el estilo de decir una cosa y hacer otra. Una de las peores herencias del pensamiento único conservador que dividió a la sociedad en ganadores y perdedores, fue la necesidad de simular una vida distinta a la propia con el fin de acomodarla a los supuestos rasgos del éxito. Es bastante más frecuente de lo que se piensa la reelaboración de hojas de vida (currículum vitae), ya sea para competir por una posición laboral o para la mera figuración social. A veces, ni siquiera alcanzaba con un diploma de grado universitario, ya que los presuntos ganadores exhibían “master” o doctorado, en lo posible obtenidos en universidades del exterior. No alcanzaba con ser albañil o empresario, el trabajo que cada uno hacía no alcanzaba para calificar a la persona.

Era la pérdida de una de las conquistas sobresalientes de la mitad del siglo XX, la dignidad del trabajo, cuando con orgullo a la persona le alcanzaba con decir lo que hacía para presentarse en sociedad. El caso de Juan Carlos Blumberg, quien se presentaba o dejaba que lo presentaran como “ingeniero”, es parte de esa simulación hipócrita y hasta el momento el presunto impostor sólo calla. Por supuesto, su amigo y aliado Mauricio Macri ya le soltó la mano, porque no tenía otra después de los comentarios despectivos acerca de la licenciatura inexistente de Jorge Telerman. De verificarse el engaño, aquí termina la incipiente carrera política del “ingeniero” como cabeza de los que anhelan la “mano dura” contra la inseguridad, porque la base de su fulgurante trayectoria era hija de la terrible tragedia personal por el asesinato de su hijo Axel y la convicción de que, aun equivocado, hablaba con la verdad honesta de los que hacen y dicen lo mismo. Para políticos simuladores no hace falta ir a buscarlos a ningún lado, porque de eso hay en la vieja política para gastar y guardar. Será una severa decepción para la derecha.

Tampoco la izquierda está exenta de decepciones. El Movimiento de Trabajadores Sin Tierra (MST) de Brasil se ganó un espacio propio en la consideración de América latina en estos tiempos de florecimiento de las organizaciones sociales, no sólo por sus dimensiones, es la mayor concentración de campesinos de la región, sino por la intensidad y continuidad de sus luchas por la reforma agraria. El MST recibe inspiración política del Partido de los Trabajadores (PT), formación nacida de la convergencia de grupos marxistas y socialcristianos alrededor del triángulo proletario de la zona ABC de San Pablo, liderado desde sus orígenes por el metalúrgico Luiz Inácio Lula da Silva, actual presidente reelecto por un poco más del sesenta por ciento de los votos. Mucho se especuló al comienzo del primer mandato acerca de las políticas públicas en materia agraria, en especial sobre reparto de tierras, y la actitud del Movimiento hacia el gobierno de Lula. Pese a que sólo pasó poco más de un lustro, aquellas especulaciones hoy carecen de fundamento porque fueron desplazadas por la realidad. Ayer se clausuró en Brasilia el V Congreso del MST, con la participación de 18 mil militantes, y el primero sin la presencia de Lula que no fue invitado para remarcar la “neutralidad” del Movimiento. Aunque los discursos en el congreso conservaron el tono combativo que los distinguió siempre –“vamos a ayudar a crear una revolución económica en el país”– también hubo opiniones críticas sobre la gestión presidencial, acusada de “gobernar para los ricos y los banqueros”.

Al margen de las afirmaciones discursivas, los líderes históricos de los campesinos sin tierra debieron reconocer que no tienen la capacidad de antaño para movilizar a sus bases, en tanto el Presidente conserve su actual nivel de popularidad. En declaraciones a El País de España, el dirigente Joao Pedro Stedile afirmó que Lula ha conseguido esconder los efectos de la crisis “con el programa Bolsa Familia” que concede ayuda económica y alimentaria diaria a cerca de 12 millones de personas. Hay que recordar que el principal compromiso de Lula, jaqueado otra vez en estos días por escándalos de corrupción en su gabinete, fue terminar con el hambre en la más grande economía de la región. Pese a que sus críticos, algunos entre sus antiguos amigos y aliados, resienten lo que consideran “asistencialismo clientelar”, opiniones independientes afirman que “las grandes masas de pobres han mejorado sus vidas más que la propia clase media”. Por cierto, la añeja reivindicación de la reforma agraria no logró ningún asidero real en las políticas gubernamentales.

Las vivencias del MST vienen a sumarse a muchas otras de los países sudamericanos donde llegaron al gobierno fuerzas políticas originadas en la izquierda y con fuertes compromisos con la justicia social, pero una vez que ganaron las elecciones esos valores programáticos fueron relativizados, a veces anulados por completo, debido a que no pudieron o no supieron modificar a su favor las relaciones de poder adversas. Durante los años de auge del neoliberalismo conservador, la organización económico-social en cada país sufrió transformaciones estructurales mediante la concentración de los recursos económico-financieros y la transnacionalización de la propiedad empresaria. A la vez, los partidos políticos y los sindicatos, por razones diversas, perdieron peso específico en la capacidad de influir en las decisiones públicas, más condicionadas por la presión de los grupos económicos y financieros concentrados que por “la presión de las masas”.

Incapacitados, por motivos de dogma ideológico, de reconocer las debilidades de la propia fuerza de presión, los jefes de esos movimientos pasan a la “neutralidad” decepcionada o a la oposición frontal contra gobiernos que, por su origen o intención, están asediados en su propio interior por posiciones contrapuestas. La antigua noción del “enemigo principal” decayó en la teoría política junto con el derrumbe del Muro de Berlín y su lugar ha sido ocupado por la impotencia o el mal menor. Es verdad que en nombre de no favorecer al enemigo en la experiencia histórica quedaron registrados abusos de diverso calibre, pero la posición inversa, “son todos iguales, excepto nosotros”, en esa misma experiencia por lo general favoreció a la derecha. Entre dos opciones del “sistema” único, la democracia capitalista, como sucede hoy en Buenos Aires, dado que ya no existe el “enemigo principal” en cada etapa el neodogma alienta la renuncia al voto positivo para evitar la contaminación en el campo electoral pese a que la mayoría de los ciudadanos, no sólo por la obligación legal de votar sino porque valoran la oportunidad de participar y decidir, acudirá a las urnas con alguna posición afirmativa. ¿Cuál hubiera sido el destino de Chile si cuando Pinochet convocó al plebiscito la oposición civil, puesto que era una consulta promovida por una dictadura militar, elegía la abstención o el voto en blanco?

Los intereses económicos más fuertes, en cambio, no dejan pasar oportunidad para llevar agua a sus molinos. Hasta las bajas temperaturas del invierno han sido aprovechadas para incentivar la campaña en favor del aumento de tarifas, con el remanido argumento que sin ese recurso adicional las empresas no pueden invertir para aumentar la capacidad de provisiones energéticas, ya sea gas, kerosene o gas oil. Por cierto, el Gobierno está en mora y no debería disculparse amparándose en los cambios climáticos derivados del calentamiento global del planeta. En estos días electorales tampoco puede darse el lujo de sacrificar a la población o a parte de ella con restricciones de esos elementos básicos de la vida cotidiana, pero no podrá suspender el suministro por muchos días a los grandes consumidores –las industrias productivas– ni dejar a taxis y fletes sin gas, porque se arriesga a una campaña mediática que lo acuse de sabotear el crecimiento económico o inducir al licenciamiento masivo de mano de obra. Los movimientos sociales y los sindicatos no pueden ser de palo en este tipo de pujas. Hubo denuncias de especulación con el precio de las garrafas en el Gran Buenos Aires, pero ninguno de los movimientos piqueteros o vecinales, ningún intendente, ningún sindicato como el de camioneros de Hugo Moyano que transporta la mercadería, se hizo cargo del problema para denunciarlo y combatirlo, así fuera organizando el boicot a los comercios aprovechados. ¿Era información errónea o todos descansan en lo que pueda o quiera hacer el Gobierno? La pasividad es tan impotente como la abstención.

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