SOCIEDAD › LA MUJER QUE TRAS VENCER UN CANCER LE CAMBIO LA VIDA A TODO UN PUEBLO EN SALTA

Las batallas de Karina

Casi se muere por un cáncer de cuello de útero, pero logró reponerse. Y se dedicó a concientizar a las mujeres de General Güemes sobre la salud y sus derechos. Todo terminó en doce cooperativas que buscan la inserción laboral femenina. Ya la tentaron para que sea candidata.

 Por Mariana Carbajal

Desde General Güemes, Salta

Karina Paz es como un hada madrina para muchas mujeres en la localidad salteña de General Güemes. Corajuda, hace tres años le ganó a un cáncer de cuello de útero como no pudieron su madre, una de sus abuelas ni unas tías suyas. Postrada, con la mirada llorosa de sus tres hijos rondando alrededor de la cama, Karina prometió que si se curaba se encargaría de concientizar a otras mujeres para que se hicieran el PAP que ni ella ni su madre ni su abuela ni a sus tías –ni tantas otras en el NOA– se habían hecho alguna vez y que permite detectar lesiones precancerosas antes de que sea demasiado tarde. Karina se levantó y una vez recuperada empezó a reunir a mujeres de su barrio y de otros cercanos, para hablarles del PAP, y pronto se dio cuenta de que el problema que las atravesaba era la informalidad laboral: todas ellas, madres de varios hijos (3, 4, 5 o más), eran vendedoras ambulantes, empleadas domésticas o trabajadoras rurales, siempre en negro, o directamente desempleadas. Así empezó a gestarse, algo más de un año atrás, Madres Unidas de General Güemes, una asociación que preside Karina y que promueve la inserción laboral femenina a través de cooperativas y, a la vez, busca concientizarla sobre sus derechos, la salud sexual y reproductiva y la violencia machista. Hoy cobija a casi dos mil mujeres, de las cuales más de seiscientas están trabajando en una docena de cooperativas, donde son obreras, soldadoras, han montado una guardería, fabrican dulces, conservas, llevan adelante emprendimientos textiles o de marroquinería, entre otros rubros. “Este proyecto ayuda a las mujeres a insertarse en el mundo laboral, pero al mismo tiempo las ayuda a saber que pueden y a recuperar sus sueños”, dice Karina.

Es joven. Karina tiene 34 años. Cuando sonríe se le ilumina el rostro. Es bonita. Está casada hace 19 años. A su primer hijo lo tuvo a los 16 años. Hoy su prole tiene 18, 15 y 13 años. Tiene una energía arrolladora. Nació en el barrio porteño de La Paternal, pero cuando era pequeña su madre y su padre decidieron volver a su terruño, Salta.

Karina y sus cinco hermanos –cuatro mujeres y un varón– crecieron en Güemes, cabecera del departamento homónimo. La ciudad está situada a 50 kilómetros al norte de la ciudad de Salta. Hasta allí se llega por la ruta nacional 34. Tiene más de 30 mil habitantes. El trabajo para la gente sencilla no abunda, dice Karina. Muchos viven del empleo público. En distintos momentos de su vida, Karina fue empleada doméstica, vendedora ambulante –de perfumes, libros y relojes–, camarera, secretaria en una empresa pública de la provincia y hasta fichera del casino. Antes de que le detectaran el cáncer, Karina ya reunía a varias decenas de mujeres del barrio en su casa, para llevar adelante un merendero. “Hacíamos bolsillo”, cuenta. Cada una ponía 5 o 10 pesos y con lo que juntaban compraban bolsas de harina para amasar pan –que cocinaban en un horno de barro que estaba en el patio– y así ofrecer una merienda a sus hijos.

–Desde que era chiquita yo tenía conciencia de que la mujer acá en Güemes está olvidada. Acá no existía un centro de contención o alguien que las guíe o les enseñe cuáles son los derechos que tienen, o les diga por qué es necesario hacerse un PAP o cómo prevenir enfermedades venéreas –dice Karina, mientras prepara el mate.

La charla transcurre en el patio de su casa, donde el horno de barro ya no está porque de tanto usarlo, cuenta, quedó bastante averiado y lo tiraron abajo. El perro negro de la familia ladra. Sopla una brisa que refresca la tarde cálida. La casa tiene las paredes sin revocar. En un pequeño jardín, en el frente, Karina armó un altarcito con una imagen de la Virgen de Huachana, muy popular en el norte del país. Aunque no era muy creyente, dice Karina, le rezaba para que la ayudara a recuperar su salud cuando la atacó el cáncer. El santuario de la Virgen de Huachana está en una zona inhóspita y polvorienta de Santiago del Estero, en el departamento Alberdi, a 320 km de la ciudad capital santiagueña. “Me veía en una situación muy crítica. No pensaba volver a caminar. Estaba acostada. Yo no creía mucho en la virgen. Pero le pedí que me ayudara cuando vi a mis tres hijos que me miraban llorosos. Perdí a mi mamá, a mi abuela, a mis tías por el cáncer de cuello de útero. Yo pensé que era una de las personas que estaban marcadas. Pero no podía abandonar a mis hijos. Entonces le pedí tanto a la virgencita; le pedí que me diera vida porque mis hijos me necesitaban y le prometí que iba a trabajar por las mujeres si sobrevivía.” Karina le sigue agradeciendo a la Virgen de Huachana. Para demostrar su gratitud, en julio, cuenta, llevó un micro con unas sesenta personas al santuario. Las mujeres en Güemes le agradecen a Karina, de corazón. Confían en ella. Dicen que les cambió la vida. Ya sea por el simple hecho –y no tanto– de darles un motivo para salir de la rutina del trabajo doméstico y encontrar un lugar donde compartir experiencias, historias de vida y dudas con sus congéneres. Y también le agradecen a Cristina. Cristina es CFK, la Presidenta. Pudieron armar las cooperativas, cuenta Karina, con los subsidios que otorga el Programa de Trabajo Autogestionado del Ministerio de Trabajo de la Nación. Cada una recibe 600 pesos –por un plazo de un año– y aporta 100 pesos para comprar materiales para fabricar los productos, que luego venden (ver aparte). El monto no es elevado, pero significa mucho para todas ellas. “Estamos poniendo en acción un proyecto colectivo, para lograr una buena calidad de vida comunitaria”, dice el folleto rosa, de la Asociación Madres Unidas de General Güemes, con el que invitan a otras mujeres a sumarse. “Un lugar donde tu voz y tu opinión serán escuchadas”, aclara el volante, en el que se enumeran “lo que debemos saber sobre el derecho de la mujer”

-como nunca nadie antes les dijo–: “Derecho a la igualdad en dignidad, en trabajo, en salario”, “a ser madres, a no serlo, a ser soltera”, “a no ser discriminada por su condición de mujer”, “a una buena educación sin importar la edad”, “a compartir equitativamente con su pareja las responsabilidades familiares”. La lista sigue.

Poder

Karina saca de un sobre color madera una pila de fotos. Registran la historia –corta todavía– de Madres Unidas: se ve a tres mujeres disfrazadas de Reyes Magos para alegrar a los chicos de Güemes el último 6 de enero, se las ve a decenas, centenares de ellas, exhibiendo su trabajo en las cooperativas en una feria que hicieron el 30 de septiembre cuando recibieron la visita del secretario nacional de Empleo, Enrique Deibe. A Karina se la ve en las fotos muy elegante, parece la directiva de una gran empresa. En realidad, lo es. En una foto están las mujeres obreras, con sus cascos amarillos y turquesas: construyen viviendas, hacen bloques de cemento, son electricistas; en otra aparecen quienes elaboran dulces y conservas, exhibiendo sus productos, también las que fabrican mantas, sábanas y ropa. Karina está orgullosa. Se le nota.

El 90 por ciento de las personas que integran las cooperativas de Madres Unidas son mujeres. Pero sumaron también algunos varones que se acercaron a la entidad a pedir trabajo.

La sede de la Asociación está en el Polideportivo municipal de Güemes, a una cuadra de la ruta 34, donde alquilan oficinas y algunas salas. “Lucharemos por la igualdad de oportunidades en el mundo laboral”, se puede leer en una de las paredes del edificio. En el hall de entrada hay varios afiches. Uno invita: “Mujer, hacete un PAP”. Hay otras frases pintadas en las paredes. “Nada detiene el vuelo eterno de las que luchan”. En la oficina de Karina hay un cuadro con la imagen de Evita. En el polideportivo funciona la cooperativa de marroquinería, donde unas cuarenta mujeres diseñan, cortan y cosen carteras de tela y cuerina. Se las ve felices. Conversan entre ellas. Se ríen. Una cortan las telas, otras hilvanan y un par cosen a máquina. Las máquinas estaban en alguna casa arrumbadas y fueron arregladas y puestas a punto.

Mercedes Beliz tiene 52 años. Antes de sumarse a la cooperativa era empleada doméstica. Sus hijos ya están grandes, tienen 29, 25 y la menor, de 22 años, ya tiene dos hijos y espera el tercero.

A pocas cuadras, en un galpón, está Pétalos de acero, la cooperativa de herrería. Allí fabrican muebles de hierro de jardín, rejas, adornos. Sueldan, modelan el metal, le pegan con mazas. Nadie les enseñó el oficio, pero ellas se animaron. En un rincón, están trabajando Antonia Argüello, de 37 años, madre de seis hijos, de entre 17 y 5 años, y Sandra Rojas, de 40, madre de tres chicos de 20, 16 y 9 años. Luisa Patiño, de 42 años, separada, y madre de cuatro hijos de 17, 19, 20 y 22, golpea con una maza una varilla de metal. Hasta hace poco vendía tortillas a la orilla de la ruta para ganarse la vida. Francisca Alarcón tiene 58 años. Le faltan varios dientes. “La mayoría de la gente acá vamos a trabajar en el campo en verdura, en tabaco... Pero con mi edad ya no te toman. Mi mamá tiene 96 años y yo la cuido. Es poco lo que ganamos, ni 20 pesos por día, pero si no, no tendríamos nada. Además, ver que lo podés hacer, ver que hacemos estos muebles, te da más fuerza”, dice Francisca.

–¿Cuánto ganaba en el campo?

–En el campo pagan 50 o 60 pesos por día, pero es en negro, sí o sí en negro.

Isabela Mendoza, también tiene 40 años y tres hijos, de 22, 17 y 7 años. Vendía sandwiches en una feria. Hace cuatro meses se separó, después de soportar en su hogar ocho años de golpes y otras formas de violencia, cuenta. Se decidió a dejar a su marido y a denunciarlo, a partir de escuchar a Karina decir que las mujeres no se pueden dejar maltratar.

Por la dimensión que está tomando la organización, a Karina ya le llegaron, dice, algunos ofrecimientos para ser candidata a un cargo político: ella dice que no le interesa, que su compromiso es con las mujeres, que por ellas armó Madres Unidas y por ellas, para concientizarlas sobre sus derechos y buscar salidas laborales, seguirá trabajando.

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