Viernes, 25 de abril de 2008 | Hoy
EL MUNDO › PARA LOS FRANCESES SE TRATA DEL PEOR DEBUT PRESIDENCIAL QUE SE RECUERDE
Cuatro de cada cinco opinan que Sarkozy fue incapaz de mejorar la situación de su país. El presidente admitió “decepción” y “errores”.
Por Eduardo Febbro
Desde París
Aunque hayan intentado corregir la imagen de presidente “bling-bling” que le pegó encima el New York Times, aunque el ostentoso Rolex y los anteojos Ray Ban Aviator hayan ido desapareciendo de las reiteradas imágenes públicas, así como la excesiva exposición mediática de su vida sentimental, Nicolas Sarkozy cumple un año en el poder con el peor cúmulo de opiniones negativas que un presidente francés obtuvo durante la Quinta República. La coyuntura de la opinión pública le es profusamente desfavorable: 79 por ciento de los franceses opina que Nicolas Sarkozy fue incapaz de mejorar la situación del país durante su primer año de mandato. En ese porcentaje, 30 por ciento estima que el gobierno de Sarkozy no asumió completamente las medidas para mejorar la situación de los franceses y 49 por ciento que el Ejecutivo no estuvo en nada a la altura de lo que debía hacer. Ayer, en un programa de televisión diseñado especialmente para que Sarkozy explicara su política, el presidente admitió que había habido “decepción” y “errores” y aceptó una “parte de responsabilidad” en la exposición de su vida privada.
“La vida de los franceses no mejoró lo suficiente a lo largo de un año”, dijo Sarkozy al tiempo que justificó la ausencia de resultados argumentando que Francia tuvo que enfrentar un “cuádruple shock”: el encarecimiento del petróleo, la crisis de los créditos subprime en los Estados Unidos, el continuo ascenso del euro y el aumento de las materias primas. Pese a todo, Sarkozy puso sobre la mesa su leit motiv de siempre, es decir, la continuación de las reformas. Sin embargo, esas reformas y las demás promesas electorales que habían suscitado un entusiasmo casi pasional en el país aparecen enredadas, cuando no desdibujadas o trabadas por la interna entre la presidencia, el gobierno y la mayoría parlamentaria. Los socialistas le pidieron el miércoles que se mostrara más claro y equitable. El primer secretario del PS, François Hollande, refleja muy bien la tensión que se percibe en la calle cuando dice que, en el curso de un año, Sarkozy “habrá logrado desorganizar su mayoría, sembrar la duda, crear su propia impopularidad”. Adversarios y electores propios sancionan a Sarkozy por los magros resultados en la rectificación hacia arriba del poder adquisitivo, por la manera excesiva en que instaló su vida íntima en el espacio público, por la personalización del poder y por la gran confusión y desorganización que se desprende de sus iniciativas. El contexto es tan poco común que las críticas surgen incluso desde el seno de su propio campo: los ministros tienen salidas en total contradicción con la línea presidencial, los diputados se quejan a menudo por la forma en que el presidente los trata, mientras que otros se muestran severos con las reformas emprendidas por Sarkozy, a menudo juzgadas por sectores conservadores como “reformas a medias” o “decorativas”. La sensación que domina en el mismo barco conservador liberal es que el presidente ha tomado varias direcciones contradictorias. Ayer, antes de la intervención de Sarkozy, los diputados le pedían que fijara de una vez una hoja de ruta para el futuro. Sarkozy no hizo, sin embargo, ninguna declaración espectacular y más bien mantuvo el mismo perfil.
En los bares, los mercados o las oficinas, en suma, allí donde se expresa el habla y la sabiduría popular, allí donde está la Francia que paga con privaciones la inflación y el congelamiento de los ingresos, Nicolas Sarkozy arranca reacciones de burla, de decepción y de sarcasmo allí donde antes imponía respecto y hacía nacer esperanzas. La deconstrucción de su popularidad y de esa suerte de pacto de confianza que había logrado establecer con la sociedad es tan vertiginosa como espectacular. En apenas un año, Sarkozy pasó del altar a una desilusión que ni siquiera suscita rabia. Sarkozy había entusiasmado a Francia con la idea del mérito, con el sueño de una ruptura que haría progresar al país y con una frase que se puede repetir con cierta nostalgia: “trabajar más para ganar más”. Un año más tarde, es preciso trabajar mucho más para ganar o lo mismo o incluso menos.
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