EL PAíS › OPINION

El poeta, el dólar y los golpes en la vida

 Por Mempo Giardinelli

Como si no fueran suficientes los 40 grados ya habituales, en el hirviente verano porteño hay gente especializada en recalentar los ánimos echando leña al fuego sin cesar y como para que el país camine una vez más hacia confrontaciones en las que no ganará nadie y perderán todos, excepto los grupos concentrados que siempre han tenido la sartén por el mango y el mango también, como decía la inolvidable María Elena Walsh.

Es curioso que esto suceda justo cuando la sociedad argentina lamenta la pérdida del poeta Juan Gelman, vate de excelencia y reconocimiento universal que, sin embargo, ya ha sido mediáticamente cuestionado por típicos compatriotas de esos que siempre buscan pelos en la leche. Y sucede, además, justo a la par de la declaración por parte del Poder Ejecutivo de tres días de duelo nacional con bandera a media asta, gesto inusual que entraña una valoración que trasciende la figura y la obra de Gelman. Porque no es común en la historia de este país que un literato, un intelectual, sea honrado de forma semejante. Y más aún considerando que en vida fue no sólo un enorme poeta –en otro registro pero no inferior a Borges– sino también un militante político de izquierdas, que pasó por el Partido Comunista en su juventud, y en su madurez por el peronismo revolucionario y la dirigencia de Montoneros. Y quien fue, además, un luchador ejemplar por la causa de los derechos humanos en la búsqueda de sus familiares desaparecidos durante la dictadura.

Independientemente de la valoración humana, literaria y política que se haga de Gelman, no deja de ser impresionante el gesto del Gobierno, sobre todo en momentos en que las aguas de esta nación se ven turbias y los calores extremos sofocan espíritus como nunca antes. Claro que el horno en que se ha convertido la vida porteña no depende solamente del fenómeno climático que se conoce como calentamiento global. Al incendio que es la vida cotidiana colaboran también agentes típicamente argentinos, porteños y con fuertes y claros intereses de clase.

Expertos en recalentar la vida diaria, logran que este enero tenga como tema casi excluyente la cotización del dólar. O mejor dicho, la desmesura del supuesto valor de la divisa norteamericana, que al cierre de esta edición giraba en torno de los 12 pesos, un monto que delata la ferocidad de un pequeño mercado perverso que más allá de consideraciones económicas deviene, lisa y llanamente, instrumento de desestabilización. O dicho más claro, factor golpista.

No es exagerado decirlo, aunque algunas buenas almas puedan pensarlo. El golpismo en la Argentina estuvo siempre vinculado con frustraciones, y en este caso es palpable la de sectores que, a la vista del fortalecimiento de la democracia y sus instituciones, no podrían alcanzar jamás el poder político por vías constitucionales. Eso los hace inventar recursos innobles, como cuando un ajedrecista que está perdiendo la partida opta por patear el tablero. Siempre ha sido así, de igual modo que siempre este tipo de aseveraciones ha sido negada.

En el caso argentino son innumerables los episodios por el estilo que vivimos en los viejos tiempos, cuando era relativamente fácil convencer generales para que encabezaran golpes de Estado, civiles para que pusieran la cara y sacerdotes para que los bendijeran. Pero hoy todo ha cambiado y esos, felizmente, son sólo recursos del pasado.

Sin embargo, se sabe, el pasado siempre vuelve, al menos en algunas cuestiones. Y es lo que está sucediendo en la Argentina, por lo menos desde la crisis del también caliente verano de 2009. Cuando se vio que lo verdaderamente insoportable para esos grupos poderosos y borrachos de impunidad mediática es que se enfrentan a un gobierno que más allá de errores mantiene un nivel de iniciativa excepcional, como ningún otro en mucho tiempo. La toma de decisiones por parte del kirchnerismo es constante. Se podrá acordar o no en esto o en aquello, se podrá desinformar y se podrá mentir, pero no hay día sin que se hagan anuncios de obras, propuestas de leyes, inversiones. Y no se sostienen las tonterías acerca de si la Presidenta habla mucho o ahora no habla, ni las necias especulaciones acerca de una conducción más que obvia.

El golpe es, entonces y una vez más, la cuestión. Como en 2009 y como en cada uno de los cinco últimos años, el accionar de la colmena de desestabilizadores se basa en una imaginación calvinista, azuzada por el poder mediático y desenfrenada como si sus actores estuviesen enviagrados –valga el neologismo– o directamente drogados.

¿Que este texto exagera? Ni ahí, como dicen los chicos. Basta ver el “mercado” de divisas y su frenesí al alza, que no se condice con el estado real del país ni con los niveles de producción y de consumo.

Por eso ya se ve en el horizonte la próxima movida: los anuncios de sectores del llamado “campo” –inapropiada autodesignación como antónimo de una innominada “ciudad”– que ya se pintan las caras para librar nuevas batallas en contra de retenciones. Velan sus armas (tractores, granos retenidos, periodistas todo servicio) para recalentar el regreso de millones de argentinos de sus vacaciones. Como si no les alcanzaran los privilegios y las extraordinarias riquezas que acumularon en los últimos años, ellos sí que van por más. Es el poder lo que buscan, el añorado poder que tuvieron en otros tiempos, y para eso necesitan desplazar del poder al kirchnerismo, que ya se verá si está tan débil como parece por momentos o si todavía es capaz de marcar agenda y mantener la iniciativa política.

La muerte de un poeta deja, sobre toda sociedad y como ha sido siempre en la Historia, un sello estético que resulta marca de época. El dólar, siempre en la Argentina, es el más eficaz recurso desestabilizador de la vida de la ciudadanía. El golpe es la más infame acción antidemocrática. Y la negación del golpe, una vez más y como siempre, puede ser un inconsciente modo del suicidio político.

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Imagen: Télam
 
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