Domingo, 23 de octubre de 2016 | Hoy
EL PAíS › OPINION
Por Edgardo Mocca
El universo peronista se ha activado visiblemente. En pocos días hemos asistido, entre otras movidas, a una reunión de los peronistas del Frente Renovador, a un pronunciamiento político-ideológico en nombre del Papa y de Perón, y –dentro de una vasta gama de celebraciones del 17 de octubre– a una reunión del Partido Justicialista de la Ciudad de Buenos Aires, cuyo cierre fue el discurso de Cristina Kirchner pronunciado desde su residencia en la provincia de Santa Cruz. Es muy importante prestar atención a estos movimientos porque los reacomodamientos internos del vasto y contradictorio mundo del peronismo son, junto con el clima popular ante el rumbo asumido por el Gobierno, cuestiones decisivas para el futuro del país.
Algo indica que en las mesas de arena del peronismo empieza a percibirse el lento pero sostenido deterioro de la simpatía popular por el gobierno de Macri. Nada asegura que esa tendencia se sostenga pero parece que hay coincidencia en que negarla puede ser nocivo para cualquier cálculo electoral. Los peronistas que están con Massa lucen una dualidad muy llamativa: reivindican el liderazgo del tigrense pero diferencian fuertemente su discurso político del de su jefe, en el sentido de acentuar los tonos críticos respecto del actual rumbo de gobierno. Las crónicas dicen que en la última reunión de este grupo, uno de sus principales líderes sostuvo que los peronistas son, dentro del Frente Renovador, los que se oponen a que los platos rotos los paguen los que menos tienen. ¿Revelación de beligerancias internas o coqueteo hacia los peronistas opositores? Lo más seguro es que ni los propios actores lo sepan: suele entenderse que la mejor táctica política es la que deja abiertas las puertas en múltiples direcciones. Por lo pronto parece haber llegado a su fin la luna de miel de principios de año, signada por la aprobación de las leyes más duras que abrieron paso al ajuste y al brutal endeudamiento y por la complacencia “institucional” expresada en el acompañamiento de Massa a Macri en su debut en ese emblema del establishment capitalista global que es la reunión de Davos. En realidad, se trata de una elemental lógica pragmática de la política: ¿Cómo se hace para enfrentar electoralmente a un gobierno de derecha con un discurso de derecha? Claro que de esa evidencia de sentido común no surge una interpretación mecánica de la táctica política; para los renovadores y particularmente para Massa es importante mantener un diálogo fluido con la parte de la sociedad que lo acompañó en la elección de octubre y definió el ballotage a favor de Macri. Para quienes ven las cosas de este modo, hay que lograr un desplazamiento de la crítica al proyecto del macrismo al reproche por la mala administración y por la falta de sensibilidad social del Gobierno. Algo así como que no saben hacer bien lo que de todos modos hay que hacer. Por otro lado este sector político es consciente de que su crecimiento fue, en buena parte, tributario del estado de ánimo de cansancio de la política en muchos sectores sensibles al discurso único mediático dirigido contra el kirchnerismo. Si se atiende a una lógica interna del Frente Renovador esa dualidad crítico-tolerante respecto del Gobierno aparece razonable; el problema para ellos es la extraordinaria y creciente fluidez que tienen en los últimos tiempos los reacomodamientos peronistas. Por lo cual, buena parte del rumbo de este minué que bailan los peronistas de Massa dependerá de cómo evolucione la relación del Gobierno con esa parte del electorado que lo eligió contra el kirchnerismo pero no la está pasando demasiado bien estos meses.
Mientras tanto una constelación muy diversa de dirigentes que se dejan llamar “laudatos” –lo que más o menos literalmente podría traducirse como “alabados”– acaba de romper la habitual monotonía de las roscas preelectorales colocando la discusión en términos poco habituales de tensión ideológica. Con la excepción del sector más firmemente encolumnado con las políticas del kirchnerismo y el liderazgo de Cristina, en la Argentina estaba funcionando un pacto no escrito que consistía en conducir la política al espacio del show televisivo y a la repercusión judicial de las operaciones dirigidas a la persecución de los líderes del anterior gobierno. Los laudatos rompen el pacto con un documento en el que caracterizan la realidad actual como “despojo del patrimonio argentino”, llaman a “emanciparse de los residuos culturales de una modernidad agonizante basada en el consumismo desenfrenado y el rédito inmediato, que es urgente cambiar en pos del reencuentro con los valores esenciales del ser humano” y se remiten a las encíclicas papales críticas de la globalización financiera y al “Modelo argentino para el proyecto nacional”, presentado por Perón en el Congreso de la Nación pocos meses antes de su muerte. De este último texto subrayan una frase del entonces presidente: “Existen dos únicas alternativas: neocolonialismo o liberación”. Como base para la creación y desarrollo de una comunidad sostenida por la guía de Francisco y de Perón enuncian unas líneas programáticas que bien podrían ser resumidas como una profundización crítica de la experiencia de los años del kirchnerismo, puesto que sostienen tácitamente sus orientaciones y tienden a subsanar sus insuficiencias históricas. Esta intervención de un heterogéneo colectivo de dirigentes peronistas, que abarca buena parte del espacio actual del movimiento, llegó a ser incluida en la agenda del propio Papa; sería equivocado reducirla a un juego táctico circunstancial y de corto alcance.
La aparición de Cristina Kirchner en el cierre de un acto organizado por el PJ porteño, con un discurso de fuerte acento identitario peronista y una no menos fuerte invocación a la unidad del espacio que se reconoce en esa pertenencia tampoco debería ser reducida a una anécdota menor. A esta altura del año los gurúes del revanchismo neoliberal soñaban a la ex presidenta políticamente aislada o reducida su influencia a una grey incondicional pequeña y políticamente impotente. Vale una digresión: es muy visible la existencia de un fuerte choque táctico-político en el interior del bloque social que sostiene al gobierno del macrismo. Ciertos sectores encargados de la ingeniería político-electoral consideran políticamente peligrosa la idea de radicalizar la operación judicial en su contra hasta culminar con su detención. Los obsesiona el fantasma de la historia, de esa historia de la dictadura que pomposamente se autodenominó “Revolución Libertadora”, y que dio por terminado al peronismo con el exilio de su líder, la persecución sistemática de sus simpatizantes y su proscripción electoral. Que la cuestión del peronismo siga siendo el problema central de la política argentina más de sesenta años después de aquel operativo demuestra la dificultad que entraña el intento de borrar la memoria política de nuestro pueblo. Por eso hay en los círculos de la derecha argentina quienes intentan construir estrategias un poco más complejas y sofisticadas para construir un orden político estable para el neoliberalismo en la Argentina. Claramente no es esa la posición del Grupo Clarín, que tan eficazmente ponen en escena Lanata y Stolbizer. Esta gente está alterada por el miedo que suele ser consejero de políticas suicidas. En este caso pretenden, entre otras cosas, generar un precedente judicial de contornos trágicos: la detención de una ex presidenta por proponer al Congreso la firma de un acuerdo con otro país. Un acuerdo, además, que nunca pudo ejecutarse. Que por lo mismo no tuvo consecuencias prácticas, como las que el operativo Nisman le atribuyó cuando postuló que se procuraba el levantamiento de las alertas de Interpol contra los iraníes sospechosos de participación en el atentado a la AMIA, lo que fue precisamente desmentido por las autoridades de ese organismo internacional. Lo único que habilita la productividad de semejante engendro es la ofensiva de poderosos sectores de la sociedad, coordinados y expresados por el aparato de agitación y propaganda llamamos medios de comunicación, que quieren recluir la política en el seno del batifondo televisivo, las carpetas de los servicios y la impunidad de la corporación judicial. Lo cierto es que el prospecto del establishment de poner a Cristina fuera de combate no se concretó. Y también que en todos los movimientos internos de la constelación peronista ronda la presencia de la ex presidenta.
El enigma peronista está abierto y su solución será decisiva para el resultado de la elección de 2017 que es una instancia clave para la solución de otro enigma, del principal, el que consiste en definir si será posible construir un orden neoliberal con un sistema de partidos y de competencia electoral que no comprometa sus principios rectores. Fácilmente puede reducirse esta cadena de acciones en el interior del peronismo a la condición de “maniobras electorales”. Ciertamente lo son en cierto sentido, se reconozca o no. Pero la cuestión no es esa. Es necesario dilucidar en qué dirección se están reagrupando las fuerzas del peronismo. Basta con decir que las posturas del sector que hoy ocupa las posiciones rectoras en el interior del PJ están siendo desbordadas “por izquierda” desde un sector del Frente Renovador, desde las encíclicas papales y la póstuma producción política del líder histórico del movimiento. Tal vez algo tenga que ver con esto la movilización popular de todos estos meses, que abarca las concentraciones masivas en las plazas del sector que acompaña intensamente el liderazgo de Cristina, la marcha del 24 de marzo, las confluencias sindicales como la movilización del 29 de abril –provisoriamente archivadas por el triunvirato dirigente de la CGT–, la resistencia al tarifazo y la Marcha Federal. En última instancia el modo en que se muevan los afectos y las indignaciones populares en estos meses será el termómetro que mida la viabilidad de las movidas políticas.
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