Domingo, 23 de octubre de 2016 | Hoy
EL PAíS › OPINION
Marcha y paro de mujeres, multitudes en todo el país. La unidad del peronismo, en versiones de la CGT y el PJ. Esbozo del mapa electoral del panperonismo. Gobernadores de hoy y de ayer, gravitación y límites. El potencial de Cristina y los límites del Frente para la Victoria. Una mesa bien corporativa, con el regreso de la jerarquía católica al primer plano. Voto electrónico, intríngulis.
Por Mario Wainfeld
El paro y movilización nacional de mujeres del miércoles 19 resultó el hecho político más importante de la semana, en especial porque ratifica movidas anteriores y anticipa continuidad. La acción directa es una de las claves del año y del futuro cercano: minorías celosas de sus derechos ocupan calles y plazas, articulan, crean nuevas maneras de expresión o se valen de las tradicionales. Ninguna es oficialista, casi todas son francamente opositoras.
La palabra “minorías” no alude, acá, a una cuestión numérica (que podría deducirse de un censo) sino a la distribución de poder real, a menudo tan desigual como la de la riqueza. Las mujeres superan la mitad de la población argentina pero reciben menos paga por igual trabajo, chocan con el techo de cristal por doquier, son destratadas en muchos aspectos de la vida social. Copan el espacio público porque “vivas nos queremos”, sus reivindicaciones trascienden esa demanda tan esencial y a la vez pendiente. El clamor y la alegría de congregarse conmueven e interpelan, hacen camino al andar.
La jornada, que se organizó con poca antelación, vibró en todo el país. La comparación con otras movilizaciones del año puede ser ilustrativa o transformarse en una competencia banal. Sin un dron nacional o un panóptico para observar panorámicamente, digamos que el “unitarismo” es un error frecuente en las apreciaciones. En la Ciudad Autónoma se congregó una muchedumbre imponente, desafiando un clima inhóspito pero hablamos apenas de una fracción de las personas que participaron en otras ciudades o pueblos.
Tantas fueron que los diarios Clarín y La Nación debieron dar cuenta en sus tapas. Hace poquito, en una impactante decisión editorial simultánea, ocultaron al cierre del Encuentro Nacional de Mujeres en Rosario, para priorizar una competencia de asadores en suelo porteño. El periodismo de guerra se maquilla, sin renegar de su esencia: antagonismo contra las luchas populares, incrustaciones de machismo, centralismo y una pizca de frivolidad… todo tan PRO.
El paro y movilización históricos sucedieron en la semana del 17 de octubre, que se celebró en actos dispersos. Solo un iniciado podría rememorarlos en su totalidad. Y apenas un puñado de dirigentes políticos y de periodistas está en capacidad de desentrañar la lógica de las concurrencias de dirigentes acá, aquí y acullá. Sin quererlo, los tenues festejos pintaron la dispersión del movimiento obrero, la del peronismo en su conjunto (si tal cosa existe). Faltaron unidad y masividad: no son detalles.
Signo de la época: la vitalidad de la protesta social supera a la de los partidos políticos. Es más veloz y rotunda, por decirlo mal y pronto, dato cuya relevancia se agiganta, cuando falta un año para las elecciones de medio término.
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Unidad selectiva: “Con nuestra unidad queremos enviarle a un mensaje a los políticos” comenta uno de los triunviros de la CGT. El mensaje incluyó el rechazo de la presencia del ex gobernador y candidato a la presidencia Daniel Scioli, cuando se reunieron con el Partido Justicialista (PJ), semanas atrás. O sea, unidad con algunos.
El rediseño de la cúpula sindical busca fortaleza y en principio es un avance. En acción, por ahora, uno de sus costos es que el colectivo tiene la fuerza de su eslabón más débil o, por ser más precisos, más transigente. Hasta el cierre de esta nota, la CGT se asemeja más al arquetipo de Andrés Rodríguez, el secretario General de la Unión de Personal Civil de la Nación (un oficialista serial) que a su par de Camioneros, Pablo Moyano, opositor por idiosincrasia. Un mix sería más adecuado a la etapa.
Los compañeros dirigentes pejotistas también dividen aguas y enfrentan al kirchnerismo. En 2011 el armado del Frente para la Victoria (FpV) incluía a todas esas facciones, gremiales o políticas. Era una concesión al poder del Gobierno de la entonces presidenta reelecta Cristina Fernández de Kirchner. La mayoría de los gobernadores no compartía las más avanzadas medidas y decisiones del kirchnerismo. El ex diputado y ministro Agustín Rossi describe bien: se consiguió sostener un gobierno de centro izquierda y progresista con aliados conservadores populares, con suerte.
La derrota disuelve la afectio societatis: cada cual vuelve a su redil y a su ideología predilecta. El ánimo frentista de la CGT o el PJ excluye al FpV, denominación que usamos en esta columna como sinónimo del actual kirchnerismo aunque el destino de la sigla puede variar en distintos distritos en 2017.
La fragmentación ulterior a la reelección de Cristina fue motorizada desde ambos sectores. Su saldo fue la derrota cuyas secuelas desmienten con crudeza a quienes, hace un tiempito, se entusiasmaban con el facilismo de desear caer en las elecciones para regresar como el Ave Fénix.
Como es regla, dividir es más sencillo que re-juntar (use o suprima el guión, según le parezca). En la coyuntura, Cristina sigue siendo la única figura nacional del espacio FpV-PJ, la más popular y la más rechazada por el oficialismo. La única, hoy en día, que tiene virtualidades para infligir una derrota electoral a Cambiemos en un distrito grande: la provincia de Buenos Aires.
La gravitación del FpV en las urnas es flaca en otros distritos: solo la gobernadora de Santa Cruz, Alicia Kirchner, es “del palo” sin ambages.
Los pejotistas, a su turno, gobiernan varias provincias, que atraviesan las dificultades del segundo semestre real existente. Muchos de sus referentes son ex gobernadores y está por verse si sus delfines no le disputan el liderazgo local en las urnas. Suele ocurrir: los “pollos” se transmutan en gallos de riña cuando llegan al Ejecutivo.
El sanjuanino José Luis Gioja es el primus inter esos pares en el PJ. El chaqueño Jorge Capitanich (intendente de Resistencia) y el entrerriano Sergio Urribarri son ejemplos de kirchneristas convencidos o en tránsito, sin agotar la lista.
Desde 1983 varios gobernadores o Jefes de Gobierno saltaron la frontera y llegaron a presidentes: Carlos Menem, Fernando de la Rúa, Néstor Kirchner, Mauricio Macri... hasta los interinos Eduardo Duhalde y Adolfo Rodríguez Saá. El cursus honorum está comprobado empíricamente pero no es sencillo pasar del feudo local a las ligas nacionales. El gobernador promedio, póngale, es toro en su rodeo y se diluye en el ajeno. Gioja conserva aspiraciones en San Juan pero sería un fracaso en cualquier otra provincia de Cuyo. Algo parecido le ocurriría aún al gobernador salteño Juan Manuel Urtubey si pretendiera ampliar su hinterland a Tucumán, ni pensar en la Mesopotamia o en la Patagonia. El salto cualitativo no es imposible pero tampoco se concretó hasta ahora.
La votación de 2017 se resuelve a nivel provincial, lo que es una ventaja para los referentes provinciales, “condenados” a jugar de local. O a formar una coalición de partidos provinciales. O a colocarse bajo el paraguas del Frente Renovador del diputado Sergio Massa, quien arriesgará su capital político en Buenos Aires, que le fue tan propicia en 2013 y 2015, que no es poco.
De nuevo, Cristina conserva un peso específico y dotes políticas diferenciadas, que solo podrán medirse en “la Provincia”, si ella decide exponerse.
Entre los partidos, el FPV mantiene una insuperada capacidad de movilización que no tiene correspondencia lineal con los votos, como se corroboró el año pasado.
La izquierda clasista trajina el espacio público y va por más: el Frente de Izquierda y de los Trabajadores (FIT) anuncia un acto en la cancha de fútbol de Atlanta para el 19 de noviembre.
Cambiemos deja libre ese terreno en disputa, porque no quiere y no puede (razones que se realimentan).
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El retorno de las corporaciones: La protesta social frenó o aminoró ciertas decisiones del oficialismo. Sus vertientes no se encolumnan detrás de un partido político, aunque hay militantes y adherentes de varios en sus filas (casi nadie de Cambiemos).
La otra irrupción de estos días fue la Mesa de Diálogo Social en la que platicaron funcionarios nacionales, gremialistas, corporaciones empresarias. Se sumó lo que en jerga impropia se apela “la Iglesia”. En la Argentina conviven muchos cultos religiosos pero, cuando de “Iglesia” se habla, se designa a la jerarquía de la Iglesia Católica. Si nos ponemos puristas, la jerarquía no es la Iglesia (a secas) ni siquiera en la buena doctrina católica. Meros purismos mientras lo esencial es que los obispos colaron en las tratativas, con la venia obvia del Papa Francisco. Testigos presenciales chimentan que los prelados no emanan olor a oveja, precisamente. Eso sí, regresan a instancias de poder y conversación de las que el kirchnerismo los había extrañado.
Se complejiza y engrosa así el revival de las corporaciones en la política, con el empresariado a la cabeza. La CEOcracia diseña un nuevo mapa.
Los cegetistas consintieron sin pestañear la exclusión de las dos CTA y los movimientos sociales. Esbozaron un pacto no escrito, confuso. Habrá un bono de fin de año cuyo alcance es un enigma. Se ignora a cuantos trabajadores del sector privado alcanzará y, en su caso, si llegará más allá de quienes lo habían conseguido de antemano.
En el sector público la incertidumbre es similar: está por verse si abarca a todos los estatales nacionales o en qué provincias se hará realidad.
La CGT fue, amablemente, de punto al cónclave. Mientras sigan las negociaciones, tan brumosas de momento, debe diferirse un juicio definitivo pero da la sensación es que los compañeros popes se conforman con poco.
El resurgir corporativo y la baja cosecha gremial son las malas nuevas cuando octubre empieza a terminar. La fuerza y la vitalidad del primer paro nacional en la era macrista, protagonizado por mujeres, carga el otro platillo de la balanza. Todas estas historias continuarán.
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