SOCIEDAD

Raimunda

–Dale, gordita, pasame con tu hermana –pide Raimunda, temiendo que la tarjeta no alcance para hablar con los cinco de sus siete hijos que están dispuestos a atenderle el teléfono. La menor no entiende por qué su madre va a seguir de viaje otra Navidad más, con todo lo que le pidió a Papá Noel que vuelva de una vez por todas a pasarla con ella.

–¿Y cuándo vas a venir, mami? La Tati nunca me quiere decir, me tiene podrida... Ma, ¿sabés que hicimos el arbolito y le pusimos un regalo para vos y para el papi? Pero no te lo puedo decir porque es una sorpresa... Si venís, te lo digo.

De fondo, Raimunda escucha a los chicos reclamarle el teléfono. Que se apure, que todos tienen derecho. A su espalda, otras mujeres piensan exactamente lo mismo.

–Decime la verdad, Tati, ¿se están arreglando bien con lo que les mandé? ¿Los ayuda la abuela?

–Si ya sabés cómo es la abuela, mami. Igual no te preocupes, la plata nos llegó y ya tenemos todo listo. Lo único que no hay cómo explicarle a la pendeja es que ustedes no vienen. Está recaprichosa, yo ya no sé qué hacer con ella.

–Tenele paciencia, es chiquita. ¿Y el osito que le mandé, le llegó?

–Sí, ma, llegó todo, vamos a poner los regalos a la noche, todavía no se lo dimos.

Cuando le toca el turno a Federico, el tercero de los varones, le empieza a hablar con voz impostada, como cuando hace sus trucos de magia al estilo René Lavand, su ídolo indiscutido. Ya hace dos años que no los ve, y casi podría decirse que se acostumbró a controlarlos por teléfono, dos veces por semana, religiosamente. Pero en estas fechas es difícil imaginárselos solitos, toda la escalera de hijos, desde los que empezaban la universidad hasta la gordita, todavía en preescolar. Y nadie que les dé una mano. Salvo la suegra, que vive adelante pero que mucho no puede hacer con su pensión. Estaba también un matrimonio amigo, que por lo menos llaman para ver cómo andan, parece poco, pero para los chicos está bueno que alguien se preocupe. Y el almacenero que les da fiado cuando necesitan. Así se arman las redes, con la gente que una menos se lo espera.

–Pásenlo bien –dijo Raimunda a modo de despedida mientras escuchaba el pip del final de la tarjeta– y brinden por nosotros.

Pero esa última frase no está segura de que se haya escuchado, el tono de ocupado ya sonaba en la línea.

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