EL PAíS › LA VIDA EN UN CENTRO DE EVACUADOS EN EL BARRIO DE LOS HORNOS

A esperar que baje el agua

El Club Centro de Fomento de Los Hornos es uno de los centros de evacuados de la ciudad. Allí se concentran los que aún no pueden volver. Y cuentan sus historias de la inundación. La solidaridad que llega, la tensión que se vive, los miedos que persisten.

 Por Laura Vales

En la casa de Damián Igarzábal, en 133 y 68, de Los Hornos, la inundación llegó hasta el metro y medio. “Cuando el agua entró, con mi papá empezamos a subir las cosas arriba de los muebles, pero en diez minutos teníamos el agua a la rodilla. No nos dio tiempo a nada: yo fui a la comisaría y al volver me llegaba a la cintura. Ahí vi que los vecinos que podían trataban de cruzar la calle hasta las partes más altas. Con papá llevamos a una señora y las hijas a casa de mi primo pero volvimos porque en la cuadra hay un hogar de ancianos. Sabíamos que estaban adentro, pero cuando quisimos abrir la puerta estaba trabada por la fuerza del agua.” Con ayuda de un vecino treparon por una medianera y una vez en el techo rompieron unas chapas de zinc y consiguieron meter, desde arriba, una escalera. Adentro encontraron ocho abuelos y dos enfermeras. Como el agua seguía subiendo, los llevaron al techo. Ahí armaron una carpa con la lona de una pileta pelopincho. Y esperaron, amontonándose para conseguir un poco de calor, desde las diez de la noche hasta las seis de la mañana. Los encontró una lancha de rescate cuando ya amanecía. A Damián lo sorprendió ver que entre los tripulantes había buzos y que la lancha era de Prefectura de Bahía Blanca.

Dos días después de la tormenta, ayer estaba todavía en el Club Centro de Fomento de Los Hornos, uno de los centros de evacuados de la ciudad.

Aunque en la zona la inundación no fue de la gravedad de Tolosa, en el sentido de que no hubo tantos muertos, ayer en Los Hornos se sentía la tensión social. La localidad es una zona de barrios pobres y la ayuda demoró en ser distribuida.

En la calle, a las cinco de la tarde, los negocios permanecían cerrados, con las persianas bajas. El único local abierto era un maxikiosco custodiado por la policía, en señal del miedo a los saqueos. Por detrás de los edificios, en varias direcciones, subían columnas de humo de piquetes cercanos.

Aunque la mayor parte de los evacuados ya había logrado volver a su casa, en el centro todavía quedaban las familias de las manzanas donde el agua no terminó de bajar. Sobre todo mujeres con chicos y dos ancianas a las que aún nadie había ido a reclamar.

“Estábamos en casa, con mi marido y los dos nenes. En cinco minutos el agua nos llegó a la cintura y cuando abrimos la puerta para salir fue peor porque en la calle te llegaba a la altura del cuello. Pasaba un tractor y tratamos de que nos llevara, pero iba cargado de gente, no entraba nadie más. Con los nenes a upa conseguimos llegar a una casa de dos pisos donde nos hicieron lugar”, cuenta Miriam. Tiene los pantalones arremangados y ojotas, como si todavía se pudiera mojar, y las ojeras marcadas. Su mamá, Estela, dice que porque la noche anterior, en el centro de evacuados no pudieron dormir. En una pelea de pobres contra pobres, a la madrugada, un grupo se metió en el club a pedirles colchones y frazadas. Estaban las mujeres solas, porque los hombres se habían vuelto a sus casas por miedo a los robos.

Estela se ve furiosa. “Llegamos sin comer desde las seis de la tarde del día anterior y había solamente agua fría para preparar leche en polvo”, dice. Cuenta que por eso a la mañana, con otras dos madres salieron a pedir a las casas de la cuadra y así juntaron donaciones. “Cuando empezó a haber movimiento, se corrió la voz y a la una de la mañana entró un grupo a exigirnos que les repartiéramos. Como no teníamos nos amenazaron con volver con más gente.” Estela no tiene dudas de que los que entraron no son inundados. “Son gente que viene de otros barrios”, sostiene con una seguridad a prueba de balas.

Ahora, en la puerta de ingreso, tres hombres hacen de porteros y logran filtrar mal que mal la entrada de los que siguen llegando a pedir y se amontonan en la vereda. El club recibe una donación tras otra: un grupo de scouts llega arriba de una camioneta cargada de cajas, y mucha gente suelta se acerca con bolsas. Adentro, en una cancha de básquet, un grupo de chicas va clasificando lo recibido. Nadie sabe quién está a cargo.

“Ni idea”, dice Florencia y alza los hombros mirando alrededor. Ella entró con otras vecinas que tienen a sus hijos jugando en el club y como había donaciones, se pusieron a clasificarlas. En un cuaderno, Florencia va anotando los pedidos que le llegan de los que logran colarse por la entrada y trata de darles respuesta. Casi todos piden pañales y agua. Faltan las dos cosas: el 90 por ciento de las donaciones son bolsones de ropa.

Tampoco los chicos que hacen una cadena humana para entrar las donaciones saben quién está a cargo. “Me parece que el profesor de vóley”, contesta Franco, de 15 años, y vuelve a señalar el afuera. “Nosotros vinimos sobre todo para cuidar de que no se metan en la cocina, porque sería el descontrol total.”

Más tarde llega Berta Magnoli. Es la delegada de Los Hornos, una suerte de intendenta. Aunque admite que hay tensión entre los vecinos, asegura que las cosas no están yendo más allá de lo verbal. “Es comprensible, porque te levantás y no tenés nada... ¿cómo no va a estar todo el mundo nervioso?”. Magnoli les resta importancia a los roces y dice que desde el municipio van a salir a llevar bolsones con las donaciones a los barrios, porque hay muchos inundados que no quieren salir de sus viviendas.

A las siete de la tarde, en la vereda del club se siguen amontonando los que esperan conseguir algo para llevar a sus casas. “¿Quién quería agua?”, pregunta uno de los hombres que custodian la entrada. Casi todos los que están sobre la entrada levantan la mano. Muchos piden además lavandina. Después de un rato, desde adentro llegan las botellas. Reparten primero agua potable y después lavandina. “Se terminó. No tenemos más hasta que vengan los camiones”, anuncia el de la puerta casi de inmediato. En total, se habían repartido no más de 20 botellas.

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En el Centro de Fomento quedaban sobre todo mujeres con chicos y dos ancianas.
Imagen: Leandro Teysseire
 
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