EL MUNDO

Camellos por semillas

 Por M.L.C.

Para 2003, cuando estallaron los enfrentamientos entre el gobierno islámico de Jartum y las guerrillas africanas de locales, Darfur era sólo un conjunto de pueblos y aldeas, en donde las reglas tribales muchas veces valían más que la ley gubernamental. Al ver un mapa, llama instantáneamente la atención la ausencia casi total de ciudades en el oeste sudanés. A excepción de Nayla y Al Fashir, no hay ciudades importantes en todo Darfur, a pesar de ser la región más extensa del país. La vida de los cinco millones de personas que vivían allí antes de 2003 parece anacrónica. Las familias ricas son las que tienen más camellos, que pueden llegar a costar hasta cien dólares. No existe el pavimento y todas las casas están hechas de barro. La vida comercial de los pueblos es por demás primitiva. Los mercados locales se reducen a las semillas y verduras que les hayan sobrado a las familias. Aunque no había lujos, tampoco había una miseria extrema. En general, cada familia poseía una choza de barro –-más o menos grande según la situación económica–, algunos animales y un huerto donde cultivar su propio alimento y el que luego venderán. Vivían con lo justo. Hoy los mercados casi ya no existen, los pueblos han sido quemados y muchos camellos han muerto de hambre y sed. Los campos de refugiados son cada vez más una versión improvisada y superpoblada de lo que fueron los pueblos en Darfur. Muchas familias ya no creen que podrán regresar a sus hogares y han comenzado a mejorar las carpas de plástico de las organizaciones humanitarias con pisos de barro e intentan crear pequeños huertos a los costados.

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