EL PAíS › CONVERSACION CON LA ENSAYISTA ADRIANA GOMEZ SOBRE VALIJAS, DOLARES Y POLITICA

“El dinero sirve para borrar los rostros y los rastros”

Desde la valija de Antonini Wilson a las de Amira, desde la bolsa de Miceli a los miles de pesos quemados en un instante en fuegos artificiales. El dinero ocupa la tapa de los diarios y el centro de las preocupaciones cotidianas de casi todos. Una mirada diferente sobre ese dinero que determina el poder, la ocultación y las mentiras que lo rodean.

 Por Jorge Halperín

La ecuación “Dinero-valijas-política” genera en la prensa múltiples escándalos. La valija del extraño emisario venezolano Antonini Wilson no abandona los titulares y compromete las relaciones internacionales, y la bolsa de la ex ministra Felisa Miceli reaparece cada tanto por su derivación judicial. En los tiempos de Carlos Menem, las valijas millonarias de Amira Yoma hicieron el “deleite” del público informado y no informado. Mucho dinero junto y exhibido parece marcar el límite de lo tolerable. Sin embargo, por muy espectacular que sea la magnitud de los escándalos, es imposible romper la barrera de invisibilidad que protege a los “terceros” actores de estas operaciones. “Más dinero lava a este dinero sucio”, dice la ensayista Adriana Gómez, docente de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA y autora del libro El dinero y las palabras; conexiones insospechadas. Gómez habla sobre esos vínculos oscuros y describe las fuertes analogías entre los sistemas del lenguaje y de la moneda.

–Las grandes sumas de dinero parecen requerir el anonimato. ¿Qué pasa cuando, como en los casos que llenan los titulares de los diarios, ese anonimato se rompe?

–Se lo puede relacionar con esta especie de genealogía o metáfora que yo hago en mi libro sobre el lenguaje del dinero. El caso de Antonini Wilson está muy teñido de lo anónimo, característica que es muy propia del dinero como sistema de intercambio. El dinero que apareció en esa valija no existía. En principio, se desconocía aquí a su portador, no se sabía adónde iba, de quién era, no estaba marcado. Representaba la forma perfecta del dinero, que es justamente su ser anónimo. Era un dinero que no dejó huellas, o que dejó pocas. Otro rasgo interesante: las grandes cantidades de dinero y los rostros, que siempre remiten a algo particular, individual, que tienen colores y gestos, ambas cosas no se llevan bien. El dinero, que tiende a este vacío de contenido, y las caras, históricamente no se llevan bien... hay ejemplos, como el de Alfredo Yabrán: cuando su rostro se hizo visible, su fotógrafo lo pagó muy caro.

–El mismo Yabrán dijo que fotografiarlo era como pegarle un tiro, y, en cambio, ahora que ya no está “visible”, es como si hubiera revivido: la gente cree que sigue vivo...

–Identificar sus rasgos particularizantes, siendo que el hombre está asociado a una gran masa de dinero, eso parece intolerable. Digamos que el dinero grande y los rasgos personales de cierto sujeto no van bien, siempre producen escándalos. Lo de Antonini Wilson es muy curioso, además, porque con este ser anónimo, rodeado por un velo de misterio, el dinero borró sus pistas. Hubiéramos podido pensar que era un fenómeno de “lavado” si no hubiera tenido estas connotaciones y si no hubiera habido un “quebrado”, Durán, que dijo, no sabemos si con intenciones políticas o simplemente para cubrirse, que iba para la campaña de Cristina. El propio Antonini, portador de este dinero, tiene una identidad incierta: tiene doble nacionalidad, es estadounidense y venezolano...

–No sabemos si es un hombre de Chávez o es de la CIA...

–No lo sabemos. No se hace ver mucho fuera de un ámbito íntimo. Vive en lugares como Miami, donde los excesos pasan desapercibidos, y donde nadie es nadie por tener una Ferrari o por pasear en un barrio cerrado. Y otra cosa muy importante: en una época en la cual la inteligencia y el dinero son los valores centrales, una de las profesiones más importantes es la de intermediario que, como la profesión del administrador de empresas, implica una despersonalización. Le pasa algo por las manos... el hombre es un intermediario y tiene algunas sociedades que comercian armas, petróleo, etc., pero no agrega valor en nada.

–Además, el intermediario “es” en tanto nexo entre otras personas, no por él mismo.

–Y eso nos remite al origen del dinero. En tiempos remotos teníamos el trueque para que nos entendiéramos vos, que tenías una bolsa de maíz, y yo, que tenía una vaca, y no siempre teníamos una coincidencia de deseos, porque con la multiplicación de las poblaciones y la formación de las ciudades cada vez menos se producían estas coincidencias. Tuvo que haber un tercero que hiciera que tu bolsa de maíz y mi vaca carecieran de esas características tan específicas como los valores de uso y de deseo como para que los dos pudiéramos obtener lo que queríamos. En todo caso, yo la vaca, y vos un dinero que te permitiera comprar otra cosa que necesitabas, que no era el maíz. Entonces, ese tercero –el dinero, el intermediario y también el lenguaje, entendido como transacción verbal– tiene que ser funcional. Tiene que estar vacío de contenido, tiene que estar petrificado y tiene que ser como el centro de un consenso que hace funcionar a las cosas. Así, el dinero hace funcionar a las cosas. Es un lenguaje que todos entendemos. Todos entendemos lo que es un billete de diez pesos o de diez euros y no todos, en cambio, entendemos una frase cualquiera que puede ser críptica y dar lugar a confusiones, o a múltiples sentidos, y desvíos. En ese sentido, el lenguaje de las palabras tomó o se contagió de esta funcionalidad del dinero, que achata, para lograr que todos se entiendan rápidamente.

–Sigamos con las valijas: las otras de los escándalos han sido manejadas por mujeres, y son casos diferentes. En uno, al menos en la enunciación de Felisa Miceli, el dinero era para comprar un departamento, o era para el hermano, que se lo dejó. En el caso de Amira, todo suena a lavado de dinero.

–El caso de Miceli es bastante emblemático. Porque el dinero fue un elemento explosivo de la política. Que le encuentren dinero a uno estando en la función pública o en la política siempre es comprometedor. Pero es sopa de su propio chocolate en una ministra de Economía que se encarga de manejar el dinero de la Nación, que está habituada a controlar flujos financieros. Es casi como una invitación a pensar que le plantaron un muerto, porque se trata de un descuido muy grande con una cantidad muy pequeña.

Volver invisible lo que está vacío

–En todos los casos citados –Antonini, Felisa Miceli y Amira Yoma–, los escándalos tienen que ver con que hay un tercero o varios terceros que permanecen en la penumbra. Uno dice “Si éste traía una bolsa de dinero, ¿quién se la dio y para qué?”. Siempre está el personaje que toma estado público y los que continúan en las sombras.

–Esto nos lleva al fenómeno del lavado de dinero, que es otro concepto bastante jugoso, además, desde el punto de vista de las ideas. Porque al dinero, cuya propiedad más importante para que funcione como medio por excelencia es ser lo menos particular posible, también se lo puede lavar. O sea, ya está vacío de contenido, y algo que está vacío de contenido es lavable. Y lavar algo que ya está vacío de contenido es como cepillarle los dientes a Mariana Fabbiani. O sea, querer limpiar algo que se supone que por origen ya está limpio de cualquier rasgo subjetivizante, particular, individualizante, gestual, de color, etc.

–Y todavía se puede seguir llenando páginas de los diarios con las valijas de Amira Yoma, de Felisa Miceli y de Antonini Wilson, y probablemente los terceros que les dieron el dinero o que se lo iban a quedar seguirán siendo anónimos. Quiero decir que estos casos pueden ser verdaderos tsunamis de escándalos y, sin embargo, no hay modo de romper esa barrera de anonimato de los terceros en cuestión.

–Y yo agregaría que eso mismo lo permite el dinero. No nos quepa duda de que, en este momento, tanto los contactos en Venezuela como los contactos en Estados Unidos, y estos testigos están siendo “adornados” y están acordando tratos seguramente de reducción de penas o lo que fuera, como para limpiar todo. Los peces gordos nunca caen. Si caen, sucede en escenas muy raras y truculentas, como el caso de Yabrán, de quien nadie vio el cuerpo y todavía circulan esas bromas de que está en Siria o que se hizo cirugía estética. Se descubre dinero sucio, y el mismo dinero viene detrás del dinero para tapar todo, porque el dinero remite siempre a más dinero.

–Otra conclusión posible es que el dinero es tan poderoso que puede volver invisibles a ciertas personas y organizaciones. En la sociedad de la imagen, el dinero todavía conserva el poder de hacerlos invisibles.

–Y hacerte invisible es también borrar tu cara. Y así es más fácil. Otra vez derivamos hacia algo que une al tema de las palabras y el dinero: el movimiento hacia la abstracción. Nos sentimos más cómodos o borramos nuestras huellas o somos menos culpables o estamos más cómodos manejándonos en el mundo de la abstracción. Por ejemplo, hablamos hoy tranquilamente y decimos “Bueno, mientras que la valija de Antonini tenía 800 mil dólares, Amira pasó valijas con diez millones”. O decimos: “Tal candidato obtuvo diez millones de votos”. O “Tal acontecimiento afectó a diez millones de personas”. ¿Alguien vio diez millones de personas o diez millones de votos o diez millones de dólares? Bueno, con los dólares puede haber alguien, en fin. Pero nadie vio esas magnitudes y esas cantidades, y, sin embargo, nos resulta tan fácil hablar de eso. Así como hablar de algunos conceptos que también son tan abstractos como un encaje financiero o trasplantar conceptos de la física o de la química a las ciencias sociales. Entonces, tenemos gente hablando de entropía, de sinergia... Por ejemplo, la entropía podría explicar el fenómeno de las coimas, de las pérdidas necesarias para que las cosas funcionen porque estos desvíos de dinero, estas coimas, etc. son como lubricantes, procesos que hacen que determinadas cosas funcionen. Son operativos.

–De hecho, la percepción en la sociedad es que la política tiene mecanismos de financiación oscuros sin los cuales no se podría ejercer el poder. Así como también el empresario dice en privado: “En este país, si no arreglás por izquierda, no podés trabajar”. Es decir, habría una tolerancia a la corrupción en función de que permite que las cosas funcionen.

–Ahí está. Y no pasa solamente en nuestro país, es una lógica global. Las coimas que hay en China... Ahí estamos hablando de fenómenos astronómicos de dinero. Pero el dinero fue evolucionando hacia sus formas más lógicas desde el punto de vista de su identidad, que son justamente los flujos invisibles. Es decir, las tarjetas de crédito, las transferencias bancarias, los encajes, los interdepósitos. El papel todavía ensucia, la moneda era pesada, se habla de peso –nosotros teníamos el peso–. La moneda era pesada, dejaba más marca todavía, más huella, tenía un relieve. El papel es más liviano, es más transportable, es todavía un poco más impersonal. En este contexto en que el dinero se torna invisible, que aparezcan billetes en valijas es un fenómeno que todavía salta a la vista y que justamente es un ancla particularizante. Hay algo ahí que alguien lo puso o va para algún lugar. Tiene que explicarse de alguna manera. En cambio, hoy los flujos son mucho más etéreos y, en ese sentido, son mucho más cómodos, menos ensuciantes, menos palpables, menos materiales...

–Dejan menos huellas... Ahora, si la existencia y la circulación misma del dinero está basada en la confianza, ¿por qué aparece el dinero como móvil de tantas traiciones? In God we trust (En Dios confiamos), dice, por ejemplo, el billete de dólar.

–All Others Pay Cash. El habla popular estadounidense agrega (En Dios confiamos) “todos los demás tienen que pagar en efectivo”. Yo haría una disquisición acerca de elegir las palabras. Detrás del sistema de intercambio y comunicación que es el dinero subyace una necesidad de consenso social. Detrás de ese papel hay oro, hay divisas, hay algo que lo respalda. Todos sabemos, y lo sabemos desde antes del corralito, la crisis del ’30 en Estados Unidos, etc., que si personas, instituciones u organizaciones importantes empiezan a dudar de que estos papelitos sean solventes o si hay gente que tiene demasiados papelitos, entonces se preguntan de qué están hechos esos papelitos y quieren ir a ver de qué están hechos los papelitos a una institución que los respalda, como un banco. Y entonces hay mucha cola, y estos papelitos, al haber tanta gente, al haber proliferado, al haberse acumulado, tienen poco correlato dentro del mundo de lo real, del mundo material. Así, sabemos que si se quiebra la confianza tiembla todo ese sistema que tiene que ver con un consenso, con un orden social, con un ponernos de acuerdo, diría Nietszche: ponernos de acuerdo, porque los hombres tendemos a la dispersión y al desacuerdo y al conflicto.

–Mencioné el tema de la traición. Está muy instalada en la gente la idea de que todo el mundo tiene su precio, que los valores de una persona pueden licuarse rápidamente según la suma a la que él acepte traicionar a sus amigos o a sus principios. “Este tipo, ¿cuánta plata cuesta?”; “Todos tienen un precio...”.

–Todos tienen un precio, en todo caso lo que faltan son financistas...

Pasión de multitudes

–Bueno, se repite el juego de preguntar: “¿Por cuánto dinero estás dispuesto a firmar un pacto con el diablo?” Según este juego, el dinero es más poderoso que los valores de las personas porque puede doblegarlas. En cambio, se considera más excepcional que suceda lo contrario, que una persona resigne todo el dinero por sus valores.

–Esa es una operación que la podemos estar mencionando acá livianamente, pero que ha llevado siglos y siglos durante los cuales los valores estuvieron muy asociados –sobre todo en la Edad Media– a la religión. En determinado momento de la historia, la religión pierde su valor como gran explicadora de los actos humanos, y en la época del Renacimiento los hombres, que siempre necesitan una explicación última o una autoridad última, empiezan a girar y a depositar su creencia en la ciencia.

Obviamente, la ciencia está muy vinculada a temas lógicos, al método científico, observador imparcial, observador que prácticamente está mirando como si fuera un instrumento y que no se involucra con la cosa. Entonces, ya empezamos a manejarnos en un nivel de abstracción importante, y llega un momento donde hay una pasión, no por un valor religioso, no por una religión, no por una figura, no por Gandhi, tampoco por la ciencia, porque los paradigmas científicos se van comiendo uno a otro con facilidad o rapidez.

–¿Cuál es, entonces, la nueva pasión?

–Es el dinero: pasa a ese lugar de gran explicador universal de los movimientos de los hombres y se desarrolla una pasión por el dinero. ¿Por qué esa forma perfecta del Dios? Porque es una potencia. Dios era una potencia creadora, pero necesitamos en un punto agregarle barba, particularizarlo, hay un libro –la Biblia– que se supone que tiene que ver con la historia que él protagonizó. Y el dinero también tiene una historia que fácilmente olvidamos porque la memoria dentro de este mundo que hablábamos no es un valor importante. Entonces, yo deseo tener dinero. ¿Para qué? Para después tener más dinero, y cuando a ese dinero lo liquide en un viaje, el momento de consumación de ese deseo va a ser mínimo porque ya voy a estar pensando de nuevo en recuperar mi potencia. En ese sentido, el dinero se ha transformado en un fin. Yo no deseo ir a Polinesia, deseo tener más dinero. Entonces, lo que vos decías sobre que cada uno tiene su precio y todos podemos identificarnos con esta forma abstracta que es el dinero, es porque todos deseamos controlar la pura potencia de algo.

–¿Para qué?

–Bueno, ¿qué poder quiero?, ¿poder de qué?, ¿de ser feliz? ¿Qué es ser feliz? ¿Tener diez palos verdes guardados en una cuenta? Tampoco alcanza, ahí tenés a Scioli, que quiere ser gobernador. ¿Para qué? Probablemente para tener más poder, porque la política es también el mecanismo del poder. ¿Para qué necesitaba presentarse de nuevo Menem a las elecciones? Entonces, cuando uno ha degustado un poco el tener potencia, que es poder –la potencia es el poder de hacer algo–, eso hace que desee multiplicarlo. El dinero se multiplica también a sí mismo, y resulta muy sencillo medirse a través de eso. En cambio, es mucho más difícil medirnos en torno de qué te hace a vos más feliz. Y vos te comprás otra casa. ¿Ya te realizaste, pudiste detenerte unos cinco años en el placer de disfrutar tu nuevo lugar? Es raro. De inmediato se te aparece un nuevo proyecto o algo para lo cual lo primero que necesitás hacer es acumular determinada cantidad de nada, porque el dinero es nada, pero es poder para hacer otra cosa.

–Por otra parte, también es algo que podríamos perder. El dinero es algo que te hace imaginar que puedas alcanzar todos tus fines y, en el otro extremo, puede ser la fuente de los pensamientos más tortuosos. Es decir, si lo pierdo, y caigo en la miseria y en la pobreza más extrema y no pudiera ni mantener a mi familia. Los dos extremos...

–Yo pondría énfasis en esto último: el dinero es la representación de que el hombre está cada vez menos dispuesto a perder. Lo mismo hablábamos de los vínculos. Elijo, por ejemplo, establecer vínculos sociales más o menos neutralizados, y no entro en compromiso porque perder eso sería terrible. Perder dinero también. Y ahí te traigo otro pensador francés que se llama Georges Bataille, que habla de gasto improductivo, que dice que la realización en muchos pueblos –y en el origen de la economía, para él– no tenía que ver con acumular. O sea, el origen del sistema capitalista no se apoya en acumular sino en destruir, en hacer pelota grandes fortunas o cosas de valor, para demostrar la capacidad o el poder de perder.

Perder para humillar a otros

–¿Ese es el concepto de potlatch?

–Sí. Perder es una forma de mostrar mi poder, el poder de perder. Yo valgo o yo soy un sujeto interesante cuando te muestro que yo soy capaz de destruir una determinada cantidad de dinero en un segundo. Yo tengo un pequeño ejemplo: conozco a una mujer de clase media modesta que se enorgullece porque todos los años celebra un ritual: se compra uno de esos fuegos artificiales que salen de quinientos a mil pesos y que se consumen en cincuenta segundos. Lo que la emociona es la idea de que mil pesos se evaporen en apenas unos segundos. Ella es feliz con ese pequeño acto de destrucción del dinero, y su hija, que es chiquita y le gusta ver el espectáculo, también.

–En mayor escala está el caso del empresario brasileño Gilberto Scarpa, que años atrás quemó una cifra alucinante en una fiesta nocturna en Punta del Este. Más atrás en el tiempo, estuvo el caso de el arquitecto Peralta Ramos, que era un excéntrico, de quien se cuenta que recibió el dinero de una beca Guggenheim –25 mil dólares– y lo gastó en una noche haciendo una fiesta en el Hotel Alvear.

–Son más impresionantes esos gestos de parte de gente que, aunque queme diez palos, tiene otros cien atrás. Pero, efectivamente, es la lógica del potlatch, una suerte de humillación del otro a través del regalo costoso, es la lógica de la entrega. Porque esas entregas tienen que ver con un bien social. Pensemos que ese acto de destrucción del dinero es visto por muchas personas. La gente lo hace para que otros lo miren, y para disfrutar del hecho de que se puede perder. El poder de perder. Aunque hoy en día estamos en una época en la cual la pérdida es algo impensable.

–Más aún, esa idea aterra. Muchos dicen, por ejemplo, que en el rechazo que ha sentido la clase media en estos años por los piqueteros estaba el terror de caer como ellos, de ser un desocupado y arruinarse económicamente.

–Pasa que es impensable el funcionamiento de una familia independientemente de este flujo que necesita como para consumir. Pensando en el dinero, cuán importante es el número de la canasta básica que afecta la forma en que se mide el no tener. Prácticamente, por debajo de la canasta básica uno no existe, marca una frontera de vida terrible. Allí reside el terror a salir de un circuito de “normalidad”, quedar afuera de un circuito que es impersonal, infértil etc., pero que permite una integración dentro de un flujo social fuera del cual no existís. La ruina lleva a lugares marginales y de muerte.

–Su libro nos habla de la relación de las palabras con el dinero. ¿Cómo es ese vínculo?

–Es complejo, desigual, pero hoy bastante regido por un movimiento común. El lenguaje aconseja no considerar que las palabras son sinónimos y cosas fijas, sino que pueden “ser” provisoriamente. O sea, en distintos momentos y contextos dicen cosas diferentes. En cambio, el dinero “no sabe” provisoriamente. Hay esa cantidad de dinero, la encontramos y nada es provisorio. En el caso del lenguaje, el lenguaje nació como un juego. No nació como un sistema lógico para que nos pongamos de acuerdo. Según Jean-Jacques Rousseau nació más guturalmente como expresión de la ira, el miedo y el amor, y no por un impulso tipo: “Vamos muchachos, pongámonos de acuerdo, veamos qué palabra podemos formar para cada idea y así más o menos nos vamos organizando y sabemos qué queremos decir”. No. Todas las palabras, si uno busca, tienen memorias que son un recorrido, que son un viaje. No son piedras intercambiables como en un diccionario de la Real Academia. En ese libro vos tenés un vocablo, y tiene sinónimos que son equivalentes, casi podríamos considerar iguales. Así como un billete de diez pesos es equivalente a dos de cinco, y nadie duda de eso. La verdad es que con las palabras nunca es así. Una palabra nunca puede ser igual a la otra por su resonancia, por su historia, por su puesta en un contexto, porque las personas que estamos intercambiando esas palabras tenemos un tono, tenemos silencios...

–¿Y en qué se igualan hoy?

–Más que igualarse, parecen primos lujuriosos o parecen vivir en un incesto, y provocan hijos bobos entre el lenguaje y en el dinero. ¿Por qué bobos? Porque son hijos lógicos que no tienen dobleces, que no tienen multiplicidad, que carecen de esas cosas que hacen que, todavía para algunos, los objetos, las personas y los intercambios sean interesantes. De pronto, ante lo nuevo, vos tenés la necesidad inmediata de ubicarlo en un cajón o en una categoría porque tenés miedo de lidiar con eso. Si tenemos un desacuerdo, lo dejamos a un costado. Es una época en que se tiende al acuerdo, acuerdos rápidos y fáciles. Listo, nada más que hablar del asunto. En cambio, los conflictos dan lugar a una relación más larga, merecen un desarrollo en el tiempo. Y hoy en día todo es inmediato. Así, el lenguaje se achata y pierde significados. ¿Por qué? Porque hoy le tenemos terror al conflicto.

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Imagen: Rafael Yohai
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